lunes, 28 de junio de 2010

La eliminación de México y la supremacía de Dios




Bueno; ya lo sabemos. Estamos eliminados. Cuando menos, esta vez no fue debido a los odiosos penaltis. Ni hablar. No se pudo. Se intentó. No fue suficiente. Hasta Brasil 2014, posiblemente.

Y es que todos estábamos con las ilusiones puestas en esos 11 jugadores. Playeras, comidas, posters, fotografías, etc.; Ya nos veíamos en los octavos de final en el Mundial. Estábamos por hacer historia. Los nervios estaban al borde del colapso.

Junto con todos los mexicanos en el estadio estábamos muchos millones más siguiendo la transmisión por televisión. Todos estábamos ilusionados con una victoria de nuestros tricolores, que les daría el pase a la siguiente ronda y romper con una mala racha de 4 mundiales seguidos estancados en el 4º partido. Habíamos puesto toda nuestra confianza y todas nuestras esperanzas en esos 11 jugadores. Estábamos muy confiados que así saldrían las cosas y es que teníamos todo para ganar. Todo apuntaba para que este domingo se convirtiera en el Gran Día. La ciudad y todo el país se paralizaron; los restaurantes estaban llenos de aficionados. Estábamos listos.

Pero todo fue en vano. México ha quedado eliminado. Y por dos errores. Uno de los nuestros y el otro de los árbitros. Fue claro. Todos lo vieron. Y poco a poco, toda aquella pasión se convirtió en una enorme decepción, en una dolorosa frustración; las ilusiones se evaporaron, y entonces, probamos el amargo sabor de boca. Seguramente que muchas lágrimas se habrán derramado: de tristeza, de coraje, de impotencia, de desencanto. “Lástima, ni modo, no se pudo, ya será para la próxima”… es el triste editorial que resume la historia de este domingo negro para la afición futbolera de todo nuestro país.

Pero, ánimo; fue sólo un juego. Nadie se murió. México no va a ser diferente por este suceso. No todo se ha perdido. Y es más, creo que este evento puede enseñarnos dos lecciones muy importantes sobre los verdaderos asuntos que nos deben interesar en la vida.

Veamos…

1. La decepción por la eliminación de México es un pequeño ejemplo de la decepción que experimentamos cuando depositamos nuestra esperanza en las personas y en las cosas de esta vida, y no en Dios.


Ponemos nuestra esperanza, nuestra seguridad, nuestra confianza y nuestros sueños en el aprecio de las personas, en el reconocimiento de nuestros esfuerzos, en nuestras habilidades para realizar nuestros deberes, en nuestra salud, en todo, menos en el Señor, y es entonces cuando falla algún detalle, -como fallar la falla del árbitro o la de Osorio-, que se nos viene encima la terrible losa de la decepción. Una vez más, nuestra confianza ha sido defraudada, como aquel que apuesta todo lo que queda… y lo pierde todo.

Por el contrario, vez tras vez la Palabra de Dios nos enseña que todos los que ponen su confianza en el Señor, nunca terminan decepcionados (Isa. 49:23), pues el Señor siempre trae bendición y gozo a nuestras vidas. Depositar nuestra esperanza, nuestro gozo en el Señor siempre resulta en bendición tras bendición. Las promesas de Señor siempre son fieles, seguras y son –de acuerdo con el himnólogo- el poderoso apoyo de nuestra fe. Nuestro glorioso Señor es suficiente, es nuestro todo en todo y siempre nos llenará de su presencia de modo que aunque los placeres y alegrías de este mundo no estén con nosotros podamos exclamar: “…fuera de ti, nada deseo en la tierra.” (Sal. 73:25)

2. Toda la pasión que experimentamos antes y durante el partido nos debería hacer pensar en nuestra pasión por el Señor y Su reino.

Vean todo lo que hicimos en las últimas 3 semanas:

· Apuntamos bien las fechas de los partidos
· En nuestras conversaciones hablábamos naturalmente del tema de la selección.
· Nos aprendimos los nombres de los jugadores,
· Algunos aprendieron nuevas palabras o algunas de las reglas del mundo del futbol,
· Compramos las playeras de la selección y nos las pusimos los días que jugaron;
· Gritamos fuertemente cuando cayeron los goles ante Francia,
· Nos emocionamos al oír cantar el Himno Nacional
· Nos quedamos roncos al día siguiente;
· Nos apurábamos por llegar a tiempo para ver los partidos,
· Terminamos algunos pendientes con tal de no perdernos el partido
· Nos pusimos de acuerdo con los amigos para reunirnos y ver juntos los partidos,
· Expresamos nuestra confianza y fe antes de cada partido (“Sí se puede”) O quizá les reprochábamos a aquellos incrédulos en nuestra selección.
· Y quizá lo que más me llamó la atención: se fomentó –como en ningún otro mundial de fútbol reciente que recuerde- nuestra identidad nacional. Experimentamos un sentido de unidad, de “hermandad” entre todos los mexicanos. Como decía el comercial de la conocida marca cervecera: “El futbol nos une”.

En verdad vivimos la PASIÓN por México y por el fútbol. Esta pasión no dejó a nadie fuera: antes sólo era un asunto de los adultos y jóvenes; en esta ocasión pudimos ver a los niños y ancianos ponerse la verde –o la negra- y vivir intensamente la intensidad y la emoción que producen 22 jugadores en un campo yendo tras una balón.

Me preguntaba:

· ¿Es así la forma en que buscamos el avance del Reino de Dios?
· ¿Es así la manera en que buscamos al Señor en la oración y en la lectura y meditación de su Palabra? ¿Lo hacemos con esa misma intensidad?
· ¿Esa es la forma en que hablamos naturalmente del evangelio a nuestros amigos y conocidos?
· ¿Es así como nos gozamos en la adoración al Señor? ¿Es así como disfrutamos las alabanzas que elevamos al Rey de reyes? ¿Es así como nos emocionamos al oír algún himno de alabanza al Señor?
· ¿Es así como nos apuramos para llegar a tiempo a los cultos, a la escuela dominical, a las reuniones entre semana, para no perdernos de ninguna parte?
· ¿Es así de fuerte como nos deshacemos de cualquier compromiso menos importante para estar en comunión con nuestros hermanos en la fe?
· ¿Es así como nos sentimos identificados con la comunidad de los creyentes?
· ¿Es así como no reparamos en usar nuestro dinero para diezmar, ofrendar y apoyar fielmente para las necesidades de la iglesia?
· ¿Es así como realizamos todos nuestras tareas cotidianas como cocinar, lavar, estudiar, entre semana, para que el domingo estemos dedicados por completo a los asuntos del Señor y de su iglesia?
· ¿Es así como estamos pendientes de las actividades de la iglesia del Señor?

No me mal entiendan. No tiene nada de malo emocionarse –apasionarse- por un partido de futbol. No hay nada de malo comprarse una playera de la selección, o juntarse con los amigos a verlo. Honestamente, creo que podemos disfrutar esos momentos para la gloria de Dios.
Sin embargo, estamos en problemas serios si esta pasión -que podemos ser capaces de desbordar- la ocultamos cuando se trata de algo más importante que un simple partido que solamente pasará a la historia. Estamos en peligros serios si no estamos apasionados –cuando menos- de la misma manera en aquellas cosas que van a pasar a la eternidad.

Estamos en peligros serios si no estamos creciendo en una actitud en nuestro corazón como lo dicen los siguientes salmos:
· Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti. (16:2)
· Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. (42:1)
· Tu misericordia es mejor que la vida (63:3)
· Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela (63:1)

La tristeza y la decepción de este domingo se nos irá pasando. Ya quedará en el recuerdo, sin mayores consecuencias. Pero aprendamos las lecciones:

1) Cualquier otro banco de nuestra confianza es inseguro y traidor. Nuestra fe debe estar puesta nada más que en la roca sólida que es Cristo; cualquier otro terreno es arena movediza. Poner nuestra confianza en el Señor es apostarle a lo seguro.

2) Vivamos para el Señor con gozo, con pasión, con intensidad; no con desgano, o con indiferencia. Vivamos plenamente comprometidos con aquello que enciende el corazón de Dios: el ver su gloria en cada persona; en cada área de nuestra vida.

martes, 15 de junio de 2010

¿Quién te evalúa?


Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo.Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. 1 Corintios 4:3-5

Cuando eran pequeñitas, antes de salir a la calle, mi esposa Gladys me enviaba a mis hijas para que les diera un chiflido en señal de aprobación de la ropa que iban a llevar puesta. Después del chiflido, ellas sabían que estaban listas para salir. Aunque ya son unas adolescentes, y ya sin el chiflido, todavía creo que -como padre- es mi responsabilidad supervisar que su manera de vestir sea, según la Biblia, modesta y decorosa. (1 Tim. 2:9)
Todo el tiempo, la gente nos está calificando, nos está evaluando; vivimos nuestras vidas constantemente bajo la inspección de los demás:
- Cómo andamos vestidos
- La forma particular en que nos expresamos al hablar
- Lo que (y cuánto)comemos
- Las características físicas particulares: estatura, color de piel, peso, edad, etc.
- Las amistades que escogemos
- La calidad de nuestro trabajo
- La música que escuchamos
- Las creencias (religiosas, políticas, económicas, de salud, etc) que profesamos

Todo, sin excepción, sin importar que esté bien o mal, es susceptible de ser evaluado por la gente que nos rodea. El asunto es que a todos nos preocupa que los demás nos estén calificando, pues todos los seres humanos anhelamos la aprobación por lo que estemos haciendo. Por eso, cuando alguien habla de nosotros, nos ponemos nerviosos, y más si se trata de alguien cuya opinión es muy importante para nosotros.
¿Cómo enfrentar esta dinámica tan temida, que es ser evaluado y criticado por la gente? ¿Qué dice la Biblia al respecto? Veamos de nuevo el pasaje anterior para entender mejor cómo debemos responder.

1. Aprende a vivir con la crítica.
Es como vivir con la diabetes. Hasta donde se sabe, no se le puede erradicar, pero sí aprender a vivir con ella. Así es con la crítica. No es posible evitarla, pero sí es posible prepararse para enfrentarla.
Mantengamos en mente esto: Es ingenuo esperar que la gente aceptará y aplaudirá todo cuanto hagamos; pero también es irrealista creer que toda la gente nos va a rechazar por todo lo que hagamos. Así que no debemos desinflarnos o pensar que es el fin del mundo cuando alguien hace algún comentario de nosotros; es normal. Hay gente que se entristece o deprime al mínimo comentario desfavorable. No nos cerremos a la crítica. Es el pan nuestro de cada día.
¿Por qué Dios permite que seamos criticados? Sencillamente porque es una herramienta excelente que él usa para que desarrollemos un concepto más preciso de nosotros mismos. Es un recordatorio de que somos imperfectos, y que Dios aún no ha concluido su obra de transformación en nosotros.

2.Recibe y valora sabiamente la opinión de los demás
Pablo dice que tiene en muy poco el ser juzgado por la gente que lo estaba criticando. Otras versiones dicen "es poca cosa, de poca importancia, me importa poco". La actitud del apóstol no era una de “no me importa –o me vale- lo que digan”. Como creyentes en Cristo debemos esforzarnos en tener un buen testimonio, hasta donde nos sea posible y dependa de nosotros. Se supone que vivir haciendo la voluntad de Dios contribuye a gozar de la buena opinión de la gente, especialmente de los que no conocen al Señor.
Sin embargo, corremos el grave peligro –con sus terribles consecuencias si vivimos controlados por la aprobación de los demás. La Biblia llama a esto temor al hombre. Hay varias versiones de esta debilidad, pero la más común, consiste en buscar la aprobación de los demás.
Proverbios 29:25 nos enseña que el temor del hombre es una trampa, pues nos aleja de nuestro llamado de vivir buscando agradar al Señor. Es decir, si no estamos buscando agradar al Señor terminaremos buscando agradar a las personas y eso es una búsqueda interminable. Por el contrario, si nuestro enfoque está en cómo nos evalúa el Señor, podremos recibir y valorar sabiamente la opinión de los demás.

3. Alerta con tu defectuosa propia opinión.
Pablo dice algo muy importante en el vr. 1. Dice que ni su propia opinión es determinante para evaluarse a sí mismo. ¿Por qué dice esto?
Recuerdo bien una mañana en la clase de biología en la escuela secundaria. Había estudiado poco y la maestra era muy exigente. Hicimos el examen y al final nos pidio que nosotros mismos nos calficáramos. Nos dijo que tenía poco tiempo para hacerlo, por lo que nos pedía que la ayudáramos. Al final, ella nos pediría que al pasar lista, nostros leyéramos la nota de calificación. ¿Cómo creen que me autocalifiqué? ¡Claro! Casi con la más alta nota. Yo pensé: "Voy a obtener una excelente calificación que les presumiré a mis padres. Esa alegría me duró muy poco, pues la maestra nos dijo que ese examen OBVIAMENTE no contaría.
Todos luchamos con un concepto más alto que el que debemos tener. Esa es la advertencia en Romanos 12:3. Por ignorar el evangelio, nos pasamos la vida maximizando nuestras buenas obras y minimizando nuestras fallas y las normas santas de Dios, con tal de tener una buena opinión de nosotros mismos.
Esta es la muestra de que nuestro corazón es engañoso, perverso y falto de confiabilidad. Necesitamos otro calificador; otra voz más confiable, aunque dolorosa.

4.Busca siempre la siempre confiable y precisa aprobación del Señor.
Pablo dice: "el que me juzga es el Señor". Es decir, la opinión que más le importaba era la del Señor. Una vez que el Señor y la Biblia son la opinión final, autoritativa y decisiva, quedamos libres de la esclavitud a la opinión de la gente y también de nuestra sesgada opinión.
Dios es es el único que nos conoce a la perfección; él mira lo que la gente no puede mirar; él conoce lo más íntimo de las intenciones y pensamientos.
Ésa es la única opinión que nos debe importar, incluso en caso de sea desfavorable para nosotros, pues él mismo es quien nos ofrece su gracia para aceptar nuestras fallas y pecados, así como el poder para perdonarnos y para cambiar.
Recordemos que en el evangelio tenemos el lugar seguro cuando somos criticados. Tenemos a un Cristo que murió en nuestro lugar y que ha comprado nuestra aceptación para con Dios a través de su vida perfecta y su muerte en la cruz. Al creer en él, estamos unidos a Él y Su justicia es nuestra justicia. Podemos recibir todo tipo de crítica con humildad.

¿Dónde eres criticado más? ¿Quién te critica más? ¿Cómo vas a responder a la evaluación de los demás? ¿Te deprimirás, o la usarás como un buen empiezo para examinarte a la luz de la Palabra de Dios?
No le temas a la crítica. Lo mejor que te puede pasar es que los que te critican tengan razón, aunque sea en alguna medida y así puedas corregir lo incorrecto, para mejorar lo que estés haciendo. Siempre hay espacio para crecer y corregir asuntos en nuestra vida. Todas las cosas ayudan a bien.
No le temas a la crítica. Recuerda que en Cristo, LA opinión más importante está a tu favor.

lunes, 7 de junio de 2010

Cómo ser feliz mañana


Porque ¿qué es nuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. Santiago 4:14
Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: “No tengo en ellos contentamiento…” Eclesiastés 12:1

Era septiembre de 1990, la última noche de la semana de inducción en la Facultad de Educación, la semana en la que recibimos la orientación para los estudios que estábamos empezando. El viernes hubo una velada con música y lo mejor: unos exquisitos bocadillos. Al igual que muchos otros compañeros, yo estaba concentrado en la comida, probando un mucho de todo. En un momento, me di cuenta que uno de mis amigos estaba comiendo poco, así que me acerqué y le pregunté por qué no estaba aprovechando la oportunidad como los hacíamos los demás. Su respuesta la tengo bien grabada: “Como poco hoy para que cuando sea viejo, pueda seguir comiendo, y de todo.” Esas palabras me enseñaron una gran lección: si hoy no hago lo que es correcto, mañana voy a lamentarlo.
Uno de los defectos congénitos en los seres humanos se encuentra en nuestro sistema de visión. Nacemos miopes. No alcanzamos a mirar hacia el futuro; nuestra visión sólo nos permite alcanzar a mirar el hoy, el aquí y el ahora. Esto es un problea serio, porque vivimos en un mundo en el que muchos de los males que hoy sufrimos se pudieron haber evitado si se hubiera actuado con prontitud y sabiduría. Todos tenemos ejemplos de compromisos o deberes que dejamos de hacer por flojera o simplemente por desidia y luego tuvimos que lamentar:
* No tener mejores oportunidades de empleo hoy por no haber concluido la universidad,
* La luz que nos cortaron en casa por no pagarla a tiempo,
* El partido que se perdió por no haber entrenado a conciencia,
* La obra de teatro que no salió bien por no haberla ensayado lo suficiente,
* El desperfecto en la casa que al final resultó muy caro repararlo,
* La enfermedad que se complicó por no ir oportunamente al médico,
* El examen que se reprobó por no estudiar con anticipación, etc.

Pero hay decisiones que tuvieron consecuencias mayores:
* Algún vicio que hasta la fecha nos ha sido difícil dejar por tanto tiempo,
* Haber practicado un pecado en secreto que después fue descubierto,
* Haber desoído el consejo temprano de los padres,
* No haber roto con alguna relación inapropiada,
* Algún descuido en la salud que se ha complicado.

Lamentablemente, no se gana nada con lamentarse. Uno de los efectos del pecado en nuestras vidas, y que casi nunca se consideran de esta manera es la flojera, la desidia, el desgano. ¿Cuántos deberes o tareas hay en nuestras vidas que sabemos que deberíamos estar haciendo ahora, y simplemente no nos da la gana de hacerlo? Es que no pensamos en el mañana. Preferimos disfrutar el momento. No queremos invertir en el futuro. Preferimos disfrutar el presente. Creemos que si no lo disfrutamos ahora, no lo disfrutaremos después. No alcanzamos a ver que nuestras decisiones de hoy afectarán nuestro mañana.
Los dos textos que ocupamos en esta ocasión no se encuentran uno después del otro, pero leídos juntos nos enseñan una sencilla lección relacionada con el problema que estamos describiendo: SE PUEDE EVITAR EL LAMENTO DE MAÑANA SI SE OBEDECE HOY A DIOS.

Siempre estamos frente a la disyuntiva de hacer lo que Dios nos pide o lo que queremos hacer. Cada día que pasa tenemos momentos para escoger hacer lo correcto ahora o posponerlo para una mejor ocasión. Claro, esa mejor ocasión, nunca llega. Una de las maneras en que el pecado se expresa en nuestras vidas es la flojera. Y como uno de nuestros ídolos favoritos es la comodidad, preferimos dejar para después lo que debemos hacer ahora.
Nuestra desidia se complica al justificarla con ideas tales como: "luego me apuro", "no es urgente", "tengo tiempo suficiente", "no es tan complicado", "puedo pedir prórroga para terminarlo", etc.
El tiempo pasa de manera irremediable, y más rápido de lo que pensamos. La gente mayor lo sabe muy bien. Santiago dice que nuestra vida es tan duradera como una neblina, o como dice Isaías, como una flor del campo. El tiempo pasa inadvertido frente a nuestros ojos y nosotros seguimos en nuestra comodidad, dejando de hacer aquello que Dios nos manda, disfrutando el placer de la inactividad. Somos como Jaimito el cartero, aquel personaje del Chavo del Ocho que justificaba su flojera con su famosa frase: “Es que quiero evitar la fatiga”.
Mañana haremos una evaluación de nuestras vidas. Tarde o temprano, llegará el momento en que nos detendremos a pensar en lo que hayamos hecho. En algún punto en el tiempo, nos bajaremos del tren de nuestra vida y nos sentaremos a mirar hacia atrás; y sólo podremos escoger entre la alegría que da la satisfacción por haber cumplido con nuestro deber o el lamento de haber desperdiciado tantas oportunidades para cumplir. La solución depende de lo que hagamos HOY. Salomón nos dice que una de las frases que resumen nuestra vida puede ser: “No tengo contentamiento en ellos”; es decir, “he desperdiciado mi vida”. El lamento sólo nos recordará que tuvimos la oportunidad de hacer lo correcto, pero decidimos mal.

Pero no hay razón para pensar en lamentarnos mañana si obedecemos hoy de corazón al Señor y nos esforzamos a hacer lo que él nos manda. Por eso dice Eclesiastés “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud”. La juventud es el tiempo de las mayores y mejores oportunidades para forjar una vida que honre a Dios. Y al igual que a los jóvenes, todos debemos arrepentirnos de vivir para nosotros mismos, confiar en el poder de Dios y echar manos a la obra. Y eso es exactamente a lo que vino Cristo; a rescatarnos de vivir para nuestros deseos y vivir para él. Sabemos que tenemos todo lo necesario para obedecer a Dios.
Se puede evitar el lamento de mañana si se obedece hoy a Dios.

APLICACIONES
¿Cuántas lamentos estás acumulando hoy para mañana? ¿Dónde necesitas actuar con decisión hoy? Algunas ideas:
Ser más intencional en expresar tu amor a tu familia. Mañana, al estar frente a la tumba de alguno de tus hijos, de tu esposa o algún otro familiar, podrías lamentar no haberle dicho frecuentemente que los amabas o que apreciabas lo que hicieron.

Guiar a tu familia a tener una relación con Dios. Mañana, cuando tus hijos vivan alejados de Dios, pdrías lamentar no haber tomado la iniciativa de guiar sus vidas a los caminos de Dios.

Llevarte mejor con tus hermanos. Mañana, cuando te encuentres solo y aislado y necesitado del compañerismo de tus hermanos en la fe, lamentarás haberte alejado de ellos, o de no haberte esforzado por fomentar la comunión con ellos.

Restaurar alguna relación interrumpida o rota. Busca aquella amistad que has olvidado, de la que te has distanciado, y que quizá esté esperando verte de nuevo. Siempre que sea posible y dependa de ti, busca estar en paz con todos. (Rom. 12:18)

Terminar alguna relación, o amistad que te está alejando del Señor. Mañana, cuando ya te sea imposible separarte o desligarte de alguna persona que sólo esté trayendo aflicción, sufrimiento o disgusto, lamentarás no haber terminado esa relación a tiempo.

Abandonar algún pecado privado. Mañana podrías lamentar el estar pagando las consecuencias físicas, legales, o económicas.

Comprometerte con la iglesia. Mañana, cuando entiendas mejor el lugar que ocupa en el corazón de Dios, cuando entiendas mejor que no hay nada como servir a Dios y a su iglesia, PERO no tengas ni el aliento, ni las fuerzas, lamentarás no haberlo hecho hoy.

Hacer uso de las disciplinas bíblicas: como orar, leer la Biblia, congregarte. Cuando mañana estés ciego, o casi sordo, o imposibilitado para asistir a la iglesia, lamentarás no haber aprovechado tantas oportunidades.

Usar más sabiamente tus recursos: tiempo, tu dinero, tu tiempo, tu salud, tus dones. Mañana podrías lamentar una salud diezmada: diabetes, hipertensión, etc, por no haber sido cuidadoso en tu salud.

Desarrollar actitudes piadosas, como ser más paciente, más lento para enojarte. Mientras más se pone uno viejo, es más difícil empezar a hacer cambios en la vida, principalmente en el carácter.

Hablarles a tus conocidos del evangelio. Mañana, cuando se hayas perdido a tus amigos o familiares sin Cristo, lamentarás aquellas horas perdidas conversando acerca de temas superficiales y desaprovechar oportunidades para influirlos con el evangelio.

Ser responsable en tus estudios. Cuando mañana veas a tus demás compañeros obtener mejores oportunidades de empleo, lamentarás el haberte dedicado a flojear y no hacer las tareas.

Pon atención a las decisiones que debes tomar hoy; fíjate muy bien en qué estás invirtiendo los años y la vida que Dios te ha prestado. No esperes a que llegue mañana para lamentar el no haber hecho lo correcto hoy, aunque eso sea difícil, aunque eso signifique doblar el orgullo, o pasar algún tipo de incomodidad. Obedecer a Dios, hacer lo correcto siempre es mejor a la larga.

Elige hoy ser feliz mañana, haciendo hoy la voluntad de Dios. Puedes evitar el lamento de mañana si obedeces hoy a Dios.

viernes, 4 de junio de 2010

Pastores e Iglesias: cómo fomentar las buenas relaciones. Parte III (y última)

Una vez entendido el panorama de las relaciones a la luz de estos tres grandes lentes, pasemos a considerar algunas aplicaciones prácticas para desarrollar mejores relaciones con nuestros hermanos en la fe.

II. CÓMO LLEVARSE BIEN CON LA GENTE. APLICACIONES.

Sé intencional para relacionarte. Las buenas relaciones son como las flores en el jardín: son el resultado del trabajo arduo y sostenido y no el producto de la casualidad. Proponte ser un canal de bendición y del amor de Dios hacia aquellos que han sido el objeto de la bendición y amor del Señor. Busca a la gente. Acércate a ellas.

Examina tus expectativas. Considera si lo que esperas del trabajo pastoral es realista. Muchas veces esperamos demasiado de la iglesia, y en muy poco tiempo. Recuerda que aunque YA somos nuevas criaturas, TODAVÍA no somos lo que un día seremos. Una actitud más realista es esperar poco de la gente, no dudando del poder de Dios, sino considerando la condición pecaminosa de nuestros corazones.

Esfuérzate en relacionarte con toda la congregación. (“Disfruta de la compañía de la gente común”-NTV Romanos 12:16)
Una queja muy común de la congregación es que el pastor tiene a sus favoritos: gente con mayores recursos, gente nueva, líderes clave, etc. A veces no lo hacemos voluntaria ni conscientemente, pero la gente es pronta a juzgar negativamente nuestra dosis de tiempo y afecto. A veces, tenemos otros compromisos ajenos a la iglesia que nos alejan de ella. Maximiza todos los medios que tengas a tu disposición, principalmente si el número de miembros es mucho: llamadas telefónicas, correo electrónico, cartas circulares, conversaciones breves en el templo, visitas informales, etc. Comunica el mensaje de que estás al pendiente de ellos. Apréndete los nombres del mayor número posible de hermanos. Consíguete una agenda para anotar fechas importantes de la gente. No se trata de cantidad, sino de intencionalidad.

Aprende a vivir dentro de los límites de la imperfección e inmadurez.
Estas dos limitaciones están presentes en mayor o en menor medida en todos, incluso en ti. El Señor no ha concluido su obra de transformación (Fil. 1:6), pero está trabajando en eso. Sin dejar de ser el supervisor general de la obra, no tienes que estar corrigiendo o criticando a todo mundo por cada detalle incorrecto o impreciso; deja prudentemente que la gente aprenda de sus errores en asuntos que no sean vitales, pues es parte de su difícil proceso de madurez y crecimiento.

No dejes fuera la gracia cuando confrontes. (Gál. 6:2)
No nos olvidemos de la gracia amorosa, la paciencia y la misericordia que recibimos del Señor cuando somos disciplinados por él. El ministerio de la exhortación no tiene nada que ver con regañar, enojarse ni exhibir al pecador, sino más bien mostrarle humildemente su falta de tal manera que se arrepienta y vuelva a servir en el cuerpo de Cristo.

Busca y celebra las huellas de la gracia de Dios en la gente. (1 Cor. 1:4; Heb.10:24)
Eso es mucho mejor que meramente decir cosas positivas (o afirmar) de los demás. Somos prontos a señalar errores, deficiencias y carencias en los demás; en vez de eso, somos llamados a celebrar las evidencias de la gracia de Cristo en la vida de sus hijos. De manera razonable, comparte públicamente testimonios que animan a ver lo que Dios está haciendo entre su pueblo. Evita quejarte de la iglesia y aprende más a expresarle sinceramente tu gratitud. Pecadores rebeldes son precisamente el objeto de tu llamado al ministerio; no los veas como obstáculos a tus planes de felicidad y éxito.

Comunícale a la gente que ella es más importante que las reglas.
Ojo. Aquí no estamos hablando de mandamientos claros de parte del Señor en las Escrituras, sino de lineamientos, de observaciones para la mejor convivencia. Las reglas no se hicieron para romperse, pero perdemos de vista nuestro llamado si nuestra actitud comunica el mensaje: “lo que más me importa es que se obedezca la ley”. Recordemos esta sencilla ley: Reglas sin relación provoca rebeldía; reglas más relación, anima a la obediencia. Particularmente funciona muy bien con los adolescentes.

Expresa tu vulnerabilidad. (Y estuve entre vosotros con debilidad, con temor y con mucho temblor. 1 Corintios 2:3)
Una de las ideas más peligrosas en la mente de los hermanos es que el pastor es un superhombre: que no lucha contra la tentación. La gente tiene al pastor en tan alta estima que queda demasiado lejos como para compartirle las luchas de los “simples mortales”. Con prudencia, debemos ser lo suficientemente humildes como para confesar alguna falta o pecado que hayamos cometido, con la intención de que la iglesia vea que también nosotros necesitamos de la misma Palabra que predicamos; que en la iglesia el único recto y sin mancha es el Salvador. Destruyamos esa falsa imagen de indestructibilidad que nada ayuda a identificarnos con las ovejas.

Diferencia entre agradar y temerle a la gente. (Fil. 4:5; Juan 12:43)
La Biblia nos llama a ser corteses, gentiles y amables con todos; por eso debemos practicar las reglas básicas de la cortesía como decir por favor, gracias, etc. Al mismo tiempo, nos advierte de no ser gobernados por el deseo de buscar el favor de la gente. Muchas veces, con tal de quedar bien con ciertas personas, llegamos a comprometer nuestras convicciones, principios o nuestras prioridades. Aprendamos a decir NO cuando debamos, confiando en que el Señor ha de enderezar nuestro camino.

Sé ejemplo de servicio. (Marcos 10:45)
Usa más la palabra “vayamos” en lugar de “vayan”. Las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra. Sin llegar a ser el mil usos en la iglesia, muestra una disponibilidad a servir, aún en las tareas que no son “dignas del pastor”. Mira el ejemplo de Jesús al lavar los pies de sus discípulos (Juan 13)

Cumple tus promesas
No importa si son grandes o pequeñas. El que es fiel en lo poco, lo debe ser también en lo mucho (Lucas 16:10) Cumplir una promesa inspira mayor confianza y credibilidad en las personas.

Habla la verdad siempre en amor (Efe. 4:15), sobre todo cuando se trata de enfrentar asuntos personales que tenemos guardado; cuando se esconde algún conflicto, se fermenta y se hace más grande. Somos llamados a hablar la verdad; no solamente a no decir mentiras. Busca formas sabias de decir las cosas duras.

Dale la bienvenida a la crítica (1 Corintios 4:3,4)
No temas recibir la crítica. Agradécela y aprovéchala para examinar lo que estás haciendo. No debemos temerle a la crítica, pues sólo hay dos opciones: o tendrán parte de la razón, lo que te permitirá mejorar; o no la tienen; en ese caso, recuerda que tu identidad está en Cristo, no en lo que haces. Lo mejor que te puede pasar es recibir un golpe en tu orgullo, lo cual es necesario, más que recibir halagos. Preocúpate si sólo recibes elogios y alabanzas.

Mantente humilde (Santiago 4:6)
Aprende a decir: “No lo sé… pero lo averiguaré”; “No puedo hacer esto… alguien me puede ayudar”; “Me equivoqué”… “Pequé; ¿me perdonas?”

Sé ejemplo con los de tu casa
Serás de enorme testimonio para la iglesia si vives estos principios en tu propia familia. Ver que eres la misma persona en el templo y en casa dará mayor autoridad espiritual que respaldará tu enseñanza en público. Una doble vida restará confianza en los hermanos.

Usa el humor sabiamente.
No seas tan formal o tan serio; relájate un poco. Vive la vida gozosa en Cristo (Fil. 4:4); siempre es agradable convivir con alguien que constantemente muestra un actitud alegre.

CONCLUSIÓN
En resumen: a) Somos seres relacionales; b) el pecado ha dañado nuestras habilidades para relacionarnos; c) el evangelio restaura nuestras relaciones personales.
Cumplir con estos principios de acción no es garantía de que toda la gente nos apreciará o que desaparecerán los problemas que tengamos con ellos. No obstante, sí nos permitirán honrar a Dios en nuestro trato con los hermanos, y nos permitirá crecer en el trato amoroso hacia nuestros hermanos; Dios puede usarlo para edificar y animar a su iglesia.
Es deber de cada pastor enseñar y modelar a su congregación estos principios bíblicos; en la medida que el pastor sea ejemplo de lo que enseña, en esa medida la iglesia será estimulada a honrar a Dios a través de un trato digno al pastor.

Pastores e Iglesias: cómo fomentar las buenas relaciones. Parte II

2. El pecado ha dañado seriamente las relaciones personales.
De las primeras lecciones que podemos aprender con claridad a partir del capítulo 3 de Génesis es una ruptura, una fractura seria en las dos relaciones fundamentales: en la relación del hombre con Dios, y -como resultado-, en la relación del hombre con su prójimo.
La ruptura de la relación con Dios se observa en el alejamiento de Adán ante la voz de Dios: Génesis 3:10 “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo…” cuando anteriormente Dios y Adán tenían una excelente relación de transparencia. Y por supuesto en el cumplimiento de las palabras que el Señor había pronunciado, cuando les advirtió a nuestros padres que el día que comieran del fruto prohibido, ese día morirían (cfr. Rom.5:12). A partir de ese día, la relación entre Dios y el hombre ha estado alejada, separada por el abismo que causa el pecado.
Asimismo, la ruptura de las relaciones con el prójimo se puede apreciar con nitidez a partir del capítulo 4, donde el malvado Caín, quizá por celos contra su hermano, se enoja contra Abel y lo asesina. Como podemos ver, el pecado vino a dañar el plan de Dios para las relaciones personales. Y esa condición pecaminosa que se ha transmitido desde Adán está presente hoy en el corazón de cada ser humano; la mentira, el homicidio, la traición, la deshonestidad, la infidelidad, la desconfianza, el enojo, la calumnia, la envidia, la codicia, y todas las demás maldades relacionales son la expresión de nuestra condición caída y que causa estragos en toda relación interpersonal. Marcos 7:21-23 dice: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
Sin embargo, existen otras formas –aparte de atacar a la gente- en que se manifiesta nuestra condición caída con respecto de nuestra relación con las personas: a) tendemos a aislarnos de la gente, por temor a que nos hagan daño; y b) tendemos a adorar a la gente, buscando su aprobación, su favor, lo cual en la Biblia se llama temor al hombre (Prov. 29:25)
El pecado es, por decir, un ladrón de relaciones; roba la paz, el gozo y la armonía que Dios diseñó que disfrutáramos para su gloria, tanto con él como entre los seres humanos. El pecado en nosotros nos vuelve egoístas, viviendo para alcanzar nuestros propósitos, viviendo para alcanzar nuestras metas, ignorando las necesidades y luchas de los demás. El pecado nos vuelve necios creyendo que los demás existen para hacer todo lo que sea necesario para lograr nuestra propia felicidad. De esta manera, el pecado tiene un efecto enajenador, nos aísla de Dios y de las personas.

IMPLICACIONES PRÁCTICAS:
  • Esperemos dificultades en nuestras relaciones interpersonales. Es muy ingenuo vivir con la meta de que la gente no nos haga daño. Tarde o temprano, en distintas intensidades, el pecado de la gente llegará a ti y no te va a gustar. Lo mejor que sabe hacer un pecador es…pecar. No olvidemos que el mismo Señor Jesús experimentó en carne propia los estragos del pecado en su trato con los suyos y nos dejó esta advertencia en Juan 15:20 “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…” Siempre es bueno, confiando en la gracia de Dios, estar listos para recibir alguna decepción de las personas a las que el Señor nos ha llamado a servir. En otras palabras, preparémonos para el pecado de los demás, en cualquiera de sus versiones: incomprensión, ingratitud, olvido, falta de reconocimiento, etc. Preparémonos a amar cada vez más a la gente aunque seamos amados menos por ella. (2 Cor. 12:15)
  • Debemos estar alerta a los impulsos de nuestro propio corazón. Santiago pregunta: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis…” Santiago 4:1-2 Estas tres palabras (codiciar, envidia, deseáis) indican la causa de todo conflicto interpersonal; nos indican que en nuestro interior hay impulsos, deseos intensos que batallan fieramente: son nuestros intereses, nuestros sueños, nuestros anhelos que están en competencia con los de las demás personas. En Mateo 7, Jesús nos recuerda que antes de mirar la paja en el ojo ajeno, debemos mirar primeramente la viga que está en el nuestro. Sólo así podremos entender mejor el pecado en la vida de los demás y mostrar más comprensión hacia aquellos que estamos pastoreando. Debemos sospechar primeramente de nuestras intenciones, de nuestros motivos. Algunos de estos son:
    * Control: “Debo tener el control de la situación”.
    * Comodidad: “No quiero sufrir de ninguna manera”.
    * Seguridad: “No dejaré que nadie se aproveche de mí”.
    * Respeto: “Si soy estricto, la gente me respetará”.
    * Aprecio: “No puedo vivir sin el favor de la gente”.
    Pidámosle a Dios que nos haga ver estos motivos, estos anhelos que compiten con nuestra lealtad a él.

3. En Cristo, Dios está restaurando las relaciones personales.
Una de las palabras clave que definen la obra de Cristo por los suyos es Reconciliación: un término totalmente relacional. Tanto en 2 Corintios 5:18-20 como en Colosenses 1:20-22 podemos ver que lo que hizo nuestro Señor Jesucristo con su muerte en la cruz del Calvario fue acercarnos a Dios por medio de su sangre. Pablo dice en Romanos 5:10 que “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…”
Es verdad que lo que Dios hace al reconciliarnos en Cristo es ponernos en una nueva relación con él. Una relación que elimina toda condenación por nuestros pecados (Rom. 8:1), nos permite vivir en paz con él (Rom. 5:1) hasta el punto de adoptarnos como hijos en su familia (Juan 1:12). La obra de Cristo nos establecer en buena relación con Dios.
Pero no lo es todo. Dios no se detiene en meramente perdonarnos y estar en paz con él. Hace mucho más. Una vez que nuestra relación con él queda restaurada, él empieza una obra de transformación en nosotros para que seamos semejantes a su Hijo Cristo (Filipenses 1:6; Romanos 8:29). En palabras técnicas, la JUSTIFICACIÓN Y LA ADOPCIÓN (palabras que describen nuestra nueva relación con él) representan la base de nuestra SANTIFICACIÓN. Nuestra nueva relación con él es el ambiente, el escenario, la atmósfera en la que Dios va desarrollando nuestra nueva vida en Cristo.
Dios espera que esta dinámica en nuestra relación con él sea la base y el modelo para restaurar también nuestras rotas y frágiles relaciones interpersonales. Solamente cuando admiramos y abrazamos el evangelio en su correcta dimensión relacional recibimos la fortaleza para cumplir el diseño original de Dios para llevarnos bien con nuestro prójimo, viviendo en relaciones cada vez más honestas y más llenas de la gracia de Dios. Colosenses 3:13 nos exhorta: “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Efesios 4:32 - 5:1 nos desafía: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. En Mateo 5:9, el Señor nos recuerda “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”

IMPLICACIONES PRÁCTICAS

  • Nuestra nueva relación con Dios es la razón y el modelo para relacionarnos con los demás. Podemos y debemos desarrollar relaciones personales siguiendo el modelo de Dios al traernos a una nueva relación con Él. Debemos acercarnos a la gente para tratarlos con la misma gracia y misericordia con la que Dios nos ha tratado en Cristo Jesús. Podemos perdonar y soportar a nuestros hermanos debido a nuestra nueva IDENTIDAD en Cristo. Colosenses 3:12 dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros.” La gracia de Dios nos capacita para reproducir el carácter de Cristo en nuestro trato con la gente a) poniendo la otra mejilla, b) caminando la otra milla, c) pasando ofensas menores, d) devolviendo bien por mal, e) volviéndonos a acercar a la gente y f) buscando la aprobación de Dios por encima de la gente.
  • Nuestras relaciones deben apuntar a los mismos propósitos redentores de Dios. El pastor John Piper dice que nuestra santificación es un proyecto que Dios realiza en comunidad. Debemos aprender a mirar nuestras relaciones personales como el ambiente en el que Dios lleva a cabo su obra de redención. Eso quiere decir que todo lo que Dios traiga a nuestras vidas (agradables o desagradables) provenientes de nuestras relaciones personales, vendrá con la intención de hacernos semejantes a Cristo y no necesariamente para nuestra comodidad. Debemos aprender a ver a Dios obrar detrás de todo lo que sucede en mi relación con mi prójimo. La prioridad en nuestro trato con los hermanos no debe ser ganárnoslos para cumplir con nuestros planes y anhelos personales, sino la formación del carácter de Cristo en sus vidas. (Gál. 4:19)

Pastores e Iglesias: cómo fomentar las buenas relaciones. Parte I

Introducción
“¿Por qué no nos podemos llevar bien?”
Estas fueron las famosas palabras de Rodney King, un taxista afroamericano que fue salvajemente golpeado por unos policías de Los Ángeles en 1991. Sus palabras comunican la misma necesidad que experimentamos todas aquellas personas que vivimos todos los días en medio del contacto con la gente. Se nos hace difícil para los seres humanos, no solamente iniciar, sino desarrollar y mantener relaciones estables, duraderas, sólidas, y en el terreno de la iglesia, relaciones en medio de las cuales Dios pueda extender Su Reino en la Tierra.
Es el pan nuestro de cada día la lucha para llevarnos bien con los demás:
* Nos quejamos de los errores de los demás
* Nos enojamos por la forma irrespetuosa en que nos tratan
* No toleramos la crítica de los otros
* Tenemos envidia por las amistades que tienen otros
* Mentimos con tal de guardar las apariencias
* Tratamos de ganar cada discusión
* Nos alejamos de aquellos que nos han decepcionado
* Queremos controlar las vidas de los demás
* Comprometemos nuestras convicciones con tal de ganar la aprobación de la gente
* Recordamos viejas ofensas para contraatacar
Todos luchamos para salir airosos en nuestro trato con la gente. Todos anhelamos tener buenas relaciones; todos queremos-como decía el cantante brasileño Roberto Carlos- un millón de amigos, pero no sabemos cómo; o si sabemos algo, no hemos sido lo suficientemente exitosos. Nos falta aprender a llevarnos bien con la gente, y más cuando se trata de nuestra relación con el grupo de personas más maravilloso sobre la tierra: la Iglesia de Cristo.
John D. Rockefeller, el famoso magnate millonario, cuando en una ocasión cuando le preguntaron cuál era la cualidad por la que estaba dispuesto a pagar la mayor cantidad de dinero al contratar empleados, dijo sin dudar: “la habilidad de llevarse bien con la gente”.
Los pastores necesitamos aprender, no solamente a llevarnos bien con la gente, sino a entender correctamente esta dinámica de las relaciones personales, para poder guiar, enseñar, exhortar y ser modelo para el pueblo que Dios nos ha encomendado.
¿Cómo podemos llevarnos bien unos con otros, en especial cuando hablamos de la relación entre la grey de Dios y sus pastores? ¿Cómo entender bíblicamente este asunto tan sensible para el pueblo de Dios?
Vamos a dividir esta reflexión en dos partes; la primera consta de lo que podemos denominar una breve teología de las relaciones; la otra consiste en una serie de aplicaciones prácticas de los principios bíblicos por considerar en la primera parte.

I. HACIA UNA TEOLOGÍA BÍBLICA DE LAS RELACIONES PERSONALES
Primero necesitamos ver el panorama bíblico acerca del mundo complicado pero emocionante de las relaciones personales. Veamos tres proposiciones básicas.

A. Dios creó al hombre como reflejo de su naturaleza relacional.
El trino Dios ha existido siempre en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; como bien sabemos, Dios siempre ha vivido como tres personas. Y así continuará por la eternidad. En Génesis 1 vemos al Dios trino crear al ser humano con estas palabras: “Hagamos al hombre conforme a NUESTRA imagen, conforme a NUESTRA semejanza”. Y al mirar la forma de obrar de las personas en la Trinidad, la Biblia nos enseña que éstas viven en perfecta unidad y armonía.
* Juan 14:26 “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho”. El Padre envía al Espíritu Santo para recordarnos las palabras de Cristo.
*Mateo 3:16-17 “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. El Hijo presentándose al mundo, la voz del Padre dando testimonio y el Espíritu Santo presente simbolizado en una paloma.
* 2 Corintios 13:14 “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. En la bendición pastoral, el deseo es que el Dios trino esté con nosotros.
Aún cuando las personas de la Divinidad son de la misma sustancia, poder y eternidad, se pueden distinguir tres personas diferentes que trabajan en armonía perfecta. Dios es en esencia, relacional. Por tanto, nosotros, al ser imágenes suyas, tenemos como identidad fundamental el ser un reflejo fiel de su naturaleza. Dios nos diseñó para vivir en medio de relaciones para reflejar su naturaleza armónica. Nos necesitamos unos a otros, viviendo en sanas relaciones para así manifestar la gloria de Dios.
Y para ayudar a que esa unidad se robustezca, nos fue dado el lenguaje. Así como el lenguaje nos conecta principalmente con Dios, el lenguaje también nos debe servir para conectarnos con el prójimo y así mostrar esa unidad y armonía. Nuestros primeros padres, Adán y Eva disfrutaban de una excelente doble relación: con Dios, y entre ellos mismos. Dios los había creado al hombre con la intención de que al disfrutar de su relación fundamental con Él y con su prójimo le trajera gloria y gozo perfectos. Cuando vivimos en armonía, cuando nos llevamos bien unos con otros, creciendo en unidad, en paz, estamos siendo fieles al llamado que tenemos como criaturas portadoras de la imagen relacional de Dios. Es por ello que los cristianos debemos procurar ser agentes de paz, en cualquier ámbito en el que nos encontremos, siempre y cuando nos sea posible.

IMPLICACIONES PRÁCTICAS:

  • Somos mayordomos de las relaciones que Dios trae a nuestras vidas. Somos responsables directos ante Dios de todo lo que hacemos, pensamos o digamos en relación con la gente. Como pastores, debemos ser ejemplos al tratar a la gente con dignidad y respeto.
  • No debemos aislarnos de los demás. Aún cuando es difícil convivir con la gente, somos llamados a acercarnos a las personas. Vivir en el aislamiento físico o espiritual nunca es la forma más segura para la convivencia. Nuestra vida funciona similarmente a una fogata. De nada sirve que las brazas estén separadas, porque el fuego se debilita. Necesitan estar unidas, alimentándose unas a otras. Como pastores, debemos ser los primeros en buscar a la gente, en estar con ellas, aún cuando sabemos de los riesgos de convivir con personas que al igual que nosotros, son pecadoras.
  • Debemos esforzarnos para vivir en armonía. Así como no existe ningún tipo de conflicto entre las personas de la Trinidad, nosotros, aunque somos un reflejo imperfecto, somos llamados a vivir en unidad y armonía. Ese fue el deseo del señor Jesús en su oración antes de ir a la cruz. Pablo nos exhorta en Romanos 14:19 “… procuremos lo que contribuye a la paz y a la edificación mutua”. Los pastores somos los promotores principales de edificar una comunidad pacífica, armónica y unida, que refleje la gloria de Dios en nosotros.

miércoles, 2 de junio de 2010

Cuando no llega lo que queremos


2 Corintios 12:7-10

Uno de los regalos de Navidad con el que siempre soñé, pero nunca pude tener, fue un trenecito eléctrico. Recuerdo pasarme muchas veces mirando fijamente los comerciales que lo mostraban dando vueltas sobre las rieles. También se me iban los ojos detrás de las vitrinas donde los exhibían en las tiendas en el centro de la ciudad. Conforme fue pasando el tiempo, mi deseo por este juguete fue creciendo hasta el punto de que me dije que cuando ganara mi primer sueldo, sería lo primero que compraría. No sucedió así.

Creo que en el fondo de cada persona existen muchos deseos que no han sido alcanzados. Tal vez se trata de aquella casa, o una carrera que no se pudo terminar, o ese trabajo emocionante, o la educación ideal para los hijos, o una salud envidiable, o algún negocio que no ha llegado a funcionar, o se trata del mejoramiento de las condiciones en el trabajo actual, o el cambio en alguna persona importante como los hijos, padres, esposos, amigos o jefes de trabajo. El problema se complica pues posiblemente nos hicimos muchas ilusiones o nos hemos esforzado ejemplarmente para alcanzarlos; quizá hicimos grandes sacrificios o simplemente nos lo merecíamos por haber sido diligente y simplemente no llegó. Y, al juzgar por la situación actual, parece que no llegará.
La vida está llena de decepciones de este tipo. Es el pan nuestro de cada día. Todos los días experimentamos decepciones o frustraciones por no conseguir aquello que queremos. Y no estamos hablando meramente de cosas materiales. Estamos pensando también en anhelos que son legítimos. Por ejemplo, quizá se trate de alguna lucha interna contra el miedo, la ansiedad, la desesperación. Sea lo que fuere, especialmente cuando se trata de anhelos legítimos, el no obtener lo que tanto anhelamos siempre nos conduce a experimentar un sentido de impotencia y de frustración que nos paraliza o nos desanima en nuestro caminar con el Señor.
¿Cómo debemos responder cuando no llega lo que tanto anhelamos? ¿Cómo evitar vivir en la decepción que experimentamos cuando simplemente NO se nos da lo que tanto queremos?
La Biblia nos ofrece una experiencia similar en la vida del apóstol Pablo. Es raro pensar que el apóstol Pablo tuviera algún anhelo incumplido de su corazón, más cuando se trató de un deseo que podemos considerar totalmente legítimo. Ahí podemos ver cuál debería ser la respuesta a nuestra frustración. Este pasaje nos presenta una poderosa enseñanza que podemos resumir de la siguiente manera: Lo único seguro que siempre recibiremos del Señor es su abundante y suficiente gracia.

1. DIOS SE RESERVA EL DERECHO DE DARNOS AQUELLO QUE LE PEDIMOS (7,8)
Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí.

Como en todas las cosas de la vida, reconocemos que Dios es el dador de todo aquello que llega a nosotros. Sin embargo, nos olvidamos muy pronto que Él es el único que tiene la autoridad, tanto para dar, como para restringir sus bendiciones. Dios es el único dueño de todas las cosas, por lo que es el único autorizado para cerrar las ventanas de los cielos y detener las bendiciones que tengan boleto con destino a nuestras vidas, si ese es su propósito. En este pasaje, notamos que Pablo –en sus propias palabras- luchaba contra la incomodidad de un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás que lo abofeteaba. Es difícil llegar a una conclusión que agrade a todos respecto del significado exacto de estas palabras; sin embargo, lo único seguro es que se trataba de un conflicto en Pablo que lo condujo a acudir al Señor en oración para pedirle que lo librara. Él mismo dice que se había tratado de varias ocasiones, pero sin la respuesta que él esperaba de parte de Dios. Me imagino aquí al apóstol orando como deberíamos hacerlo los creyentes. No se trataba de oraciones débiles, cortas, con muy poco ánimo. Se trataba de oraciones muy intensas, pidiéndole a Dios con fe, sin dudar, como dice Santiago. Sin embargo, por más que le pidió y pidió, la contestación a su pedido nunca llegó… al menos en la forma en que Pablo quería.
Entonces, no nos desesperemos, pues a pesar de que se trate de anhelos buenos y legítimos, Dios tiene el derecho de decirnos NO a lo que le pedimos. No se trata de orar mayor frecuencia, o de orar con más fe; el asunto central es que Dios es el que tiene la última palabra, y siempre obra según su soberana, pero santa voluntad.
No obstante, eso no quiere decir que jamás obtendremos una respuesta de parte de Dios, sino que a pesar de no obtener lo que queremos, sino que...

2. DIOS SIEMPRE NOS RODEA CON SU GRACIA (9ª)
Y me ha dicho: Bástate mi gracia…

En su sabiduría, Dios podrá negarnos muchas de las cosas que le pidamos; pero hay algo que se nos asegura que jamás dejaremos de tener, y es su gracia, su fidelidad, su misericordia.
Como nos dice esta porción del texto, Pablo no recibió lo que le pidió al Señor; sin embargo, el Señor le aseguró a Pablo algo más importante que su petición: su gracia. Notemos que esta gracia es SUFICIENTE. “Bástate mi gracia”, fue la respuesta en cada una de las peticiones desesperadas de Pablo. En otras palabras, la gracia es suficiente; es todo lo que se necesita de verdad. Es como si Dios le estuviera diciendo al apóstol: “Pablo, la presencia de mi gracia en tu vida es mucho mayor que el anhelo de tu corazón. No te daré lo que me pides, porque lo que yo tengo para ti cubre eso y mucho más”.
Miren por qué la gracia de Dios debía ser suficiente para Pablo. En el vr 7 dice que la razón por la que Dios había enviado esta aflicción en la vida del apóstol era para que él aprendiera a mantenerse humilde ("para que... no me exaltase desmedidamente… para que no me enaltezca sobremanera…) Pablo estaba en pleno entrenamiento, por lo que Dios quería poner a prueba la humildad del apóstol. Pablo vivía en constante tentación de caer en la trampa del orgullo, y en su gracia, Dios lo estaba entrenando para ser humilde ante el Señor y los creyentes.
De la misma manera, en vez de lamentarnos de no tener aquello que tanto queremos, debemos agradercele al Señor que su gracia jamás nos ha abandonado. Ojalá podamos decir junto con el salmista, "Tu misericordia es mejor que la vida." Aprendamos a mirar la gracia de Dios en medio de la carencia, la debilidad o la dificultad, pues tenemos su abundante y suficiente gracia a nuestro alrededor. Finalmente veamos lo que hace esta gracia...

3. DIOS NOS HABILITA CON SU GRACIA PARA ENFRENTAR CUALQUIER CARENCIA (9b-10)
… porque mi poder se perfecciona en la debilidad .Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Esa gracia que Dios nos da ante la carencia NO funciona como un premio de consolación, como cuando le pedías a tu papá que te trajera algún helado de chocolate y en lugar de ello, te traía un pequeño chicle... eso sí, de sabor chocolate. Al contrario, su gracia nos energiza, nos da poder para hacer frente a las situaciones que nos decepcionan. Nuestro Señor nos dice personalmente que su poder se hace más intenso en medio de la debilidad; es decir, cuanto más débiles nos vemos con nuestros propios recursos y medios, es cuando el poder de Dios se hace más evidente en nuestras vidas.
esto lo hemos aprendido en las películas o en las caricaturas. ¿Cuando vemos al el super héroe en todo su esplendor? ¿Cuándo se muestra su poder a su máxima capacidad? Exactamente cuando llega a su punto más débil, cuando parece que se acerca el final. Así quiere Dios que entendamos cómo él interviene en nuestras vidas. A mayor debilidad, mayor poder.
Mucho de nuestro tiempo lo pasamos en ausencia de Dios. Vivimos en nuestras propias fuerzas, en nuestra propia opinión, en nuestra propia experiencia, en nuestra propia inteligencia, en nuestros propios recursos. Y nos olvidamos de Dios. Entonces, Dios en un acto de su gracia, reduce al mínimo sus bendiciones para llevarnos al punto en que sólo alcanzamos a verlo a Él y le clamamos. No es la mejor forma de acercarnos a él, pero Dios la utiliza efectivamente.
Por eso, debemos imitar la reacción de Pablo en estas últimas frases: gloriarse, vivir confiado y seguro en que el poder y la gracia del Señor han de estar con nosotros aunque no lo estén las cosas y las situaciones favorables que le estemos pidiendo. Pablo nos anima a enfrentar con paciencia y con contentamiento cada una de las experiencias adversas que Dios trae a nuestras vidas a fin de que experimentemos más de cerca su PODER Y SU MISERICORDIA.

No lo olvidemos: Lo único seguro que siempre tendremos del Señor será su abundante y suficiente gracia. Ante la carencia o la ausencia de los bienes que le estemos pidiendo a Dios, tenemos dos opciones: a) Hundirnos en el lamento y la frustración, o b)gozarnos al ver su gracia y su poder para sostenernos. La diferencia depende de nuestra decisión de escoger descansar en la sabia provisión de Dios. Él traerá a nuestra vida aquello que le pidas, siempre y cuando sea el momento y esté de acuerdo con el plan perfecto que él tenga para nosotros.
Volvamos a traer a nustras mentes ese anhelo recurrente que hay en nuestro corazón. Aunque nunca llegue, recordemos que tenemos algo mucho mejor: LA GRACIA DE DIOS. Esa gracia que no sólo nos salvó, sino que hoy nos mantendrá firmes para caminar seguros y contentos con lo que tenemos hoy. Esforcémonos en buscar la gracia de Dios en nuestra vida. Siempre llega en abundancia; siempre será suficiente y poderosa para continuar gozosos en esta vida, aun cuando no llegue lo que tanto anhelamos.


Por cierto, ¿alguien querría donar algún trenecito eléctrico usado, pero en buen estado?

Cristianismo Deslactosado


Como sabemos, la leche deslactosada es una leche especial que consumen aquellas personas cuyos cuerpos no toleran la lactosa, un elemento importante de la leche; en estas personas, su cuerpo no logra metabolizarla y por eso les daña. Hay comunidades enteras que son intolerantes a la lactosa, como la mayoría de la población negra en África central, donde los productos lácteos industrializados y comerciales son poco comunes. Sin embargo, y a diferencia de estas comunidades, casi el 100% de la gente del centro de Europa no tiene problemas de intolerancia, debido a que el consumo de leche y sus productos derivados ha sido habitual durante siglos.

Jesús dijo que los de limpio corazón son personas bienaventuradas; y esta cualidad de carácter tiene que ver también con un tipo especial de intolerancia: la intolerancia a la maldad, a la inmoralidad.Vivimos en un mundo rodeado de indecencia, de vulgaridad, de sensualidad, de obscenidades, de desvergüenza, de groserías, etc. y nos hemos vuelto muy tolerantes a todo eso. La prueba está en que nuestro vocabulario ha ido adaptándose a estas ideas. En la tele, en la radio, en Internet, en las conversaciones cotidianas con los amigos, en la música, vemos cómo la maldad y la indecencia está presente de muchas formas.
¿Y cuál ha sido nuestra reacción? Seguimos siendo parte de eso; si es una canción, la escuchamos, hasta la cantamos; si es una conversación, también participamos, o nos quedamos callados. Aceptamos el dicho que dice: “poco veneno no mata.”
Pero Jesús nos llama a no ser parte de todo eso. Nos llama a ser diferentes; a guardar nuestro corazón. Pablo dice en otro pasaje: “No se hagan cómplices de los que no conocen a Dios, pues sus hechos no aprovechan de nada. Al contrario, háganles ver su error.” (Efe. 5:11 TLA) En otras palabras, no sean tolerantes cuando se trata de aquello que deshonra a Dios. Ser más tolerante al pecado nos alejará obviamente de Dios; nos impedirá disfrutar de la pureza, y de todas aquellas cosas que son del agrado de Dios.
Dios quiere que seamos intolerante a aquello que Dios no tolera: el pecado, la inmoralidad, la vulgaridad, la indecencia, etc. Quiere que reaccionemos de manera similar a aquellos que no toleran la lactosa en su cuerpo: rechazarla. Como dice Pablo: "Ni aún se nombre"
Pidámosle a Dios que nos ayude a desarrollar una intolerancia a la maldad, de tal modo que podamos ver más a Dios en cada momento de nuestras vidas.

“Piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es justo y bueno; piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser alabado.” Fil. 4:8