jueves, 29 de abril de 2010

¿Santa Claus o el que Satisface el Alma?

No sé ustedes, pero yo disfruté mucho la ilusión de Santa Claus. Y también, seguramente, como muchos de ustedes, me pregunté cómo le hacía este amigo para entregar los juguetes de todos los niños, y sin que se dieran cuenta. Como cada diciembre, yo hacía mi cartita y la ponía en el árbol esperando fielmente que él la leyera para traerme lo que había pedido. Mal que mal, traía algo parecido o equivalente. Yo estaba contento con el trabajo de este personaje.
No obstante, algo de lo que nunca me llegué a percatar –y ahora es interesante considerar- era que nunca se me ocurría pensar en Santa Claus durante el resto del año. No pensaba en él, no lo extrañaba, ni me ponía nostálgico por no saber de lo qué sería de él, si se encontraba sano o enfermo. Nada. No me importaba; me daba igual si le hubiera pasado algún accidente o si gozaba de buena salud.
Me parece que muchos de nosotros tenemos una relación con Dios similar a la forma en que la mayoría de los niños se relacionan con Santa Claus. La única razón para acercarse a este personaje son los regalos. Ningún niño busca a Santa si no es por el tema de los regalos en Navidad. Es decir, Dios existe para darnos las cosas que necesitamos. Dios existe para resolver nuestros problemas. Casi nunca lo tenemos pendiente, excepto cuando estamos en alguna necesidad:

- Tú, o alguien a quien quieres mucho está enfermo, y le pides a Dios que sane.
- Estás en algún apuro económico y es cuando le pides que te saque de él.
- Tienes que tomar una decisión muy complicada y es cuando oras para pedirle que te ilumine.
- Necesitas comprar o conseguir algo que quieres y ya sabes a quién pedírselo.
- Tienes en frente de ti un gran reto, un posible peligro, o una amenaza y le pides que te evite algún tipo de sufrimiento.

Cuando adoptamos esta forma de vivir, sucede algo increíblemente terrible: Dios se reduce a un mero asistente personal, a un mozo cósmico cuya única tarea es estar al pendiente de nuestras necesidades. Lo buscamos o nos acordamos de él cuando nuestra voluntad se activa y alguien más debe darnos los antojos del corazón.

Y es aquí donde estamos en problemas graves, pues tratar a Dios de esta manera es ofenderlo grandemente. Piensen que ustedes son padres de familia y tienen un hijo a quien quieren mucho, pero que este hijo nunca se les acerca para decirles lo mucho que les quiere, o lo importante que son para él, o para agradecerle por todo lo que hacen por él. Eso sí, cuando quiere algo, no deja de molestarlos una y otra vez hasta que logra de ustedes lo que quiere y ¡hasta la vista! ¿Cómo se sentirían? ¿Pensarían que su hijo les ama? Creo que incluso se llegarían a enojar con él; ¿por qué? Porque la relación padres-hijos no consiste sólo en darles a los hijos lo que necesitan. se trata apenas de una parte de la relación.
O piensen que ustedes están ya muy cerca de la muerte, por alguna enfermedad terminal; se encuentran tristes por estar a punto de dejar este mundo, y de dejar huérfanos a sus hijos. Imagínense que estando en su lecho de muerte, ustedes notan que sus hijos no se han visto tristes, ni preocupados, por lo que ustedes se atreven a preguntarles la razón de esa falta de tristeza. ¿Cómo reaccionarían si les respondieran: “no hay ninguna razón para estar tristes, porque nos vas a dejar la casa, el auto, y el medio millón de pesos que tienes en el banco”?

Ahora bien, esto no quiere decir que Dios no quiere que nunca le pidamos nada; no quiere decir que no le busquemos cuando estemos en necesidad; de hecho, Jesús nos enseñó a orar pidiendo el pan de cada día. También dijo: pedid y se les dará. El problema está cuando el motivo dominante en nuestra relación con él son sus bendiciones.
A través de los escritos de David, Isaías y de Amós, Dios le hace a su pueblo una petición sorprendente:
  • BuscadME y viviréis.
  • Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón
  • Buscad a Jehová mientras puede ser hallado
  • Buscad a Jehová todos los humildes de la tierra
  • Buscad al que hace las Pléyades y el Orión, vuelve las tinieblas en mañana y hace oscurecer el día como noche; buscad al que llama a las aguas del mar y las derrama sobre la faz de la tierra: Jehová es su nombre.

En otras palabras, nos está diciendo que el centro de nuestra atención en nuestra relación con Dios debería ser Él mismo, no las BENDICIONES que podemos recibir de él –y que él nos da gustosa y abundantemente. Debemos buscarlo a él, buscar su rostro, buscar su gloria, buscar su santidad, buscar su reino, buscar su belleza, buscar su poder, buscar su sabiduría, etc. Él es más importante y más grandioso que todo lo que puede darnos. Dios quiere que le busquemos a Él; que le conozcamos a él; que nos gocemos con él. En pocas palabras, quiere que estemos en comunión con él.
¿Cuál es la recompensa? Veamos lo que dicen los versículos:

  • y viviréis (Amós 5:6)
  • y vivirá vuestro corazón (Salmo 69:32)

Dios nos creó para quedar satisfechos en él; no en sus bendiciones o en las cosas de esta vida. De hecho, como dice el lema del teólogo y pastor bautista John Piper: Dios se glorifica a lo máximo en nosotros cuando nuestra satisfacción máxima se encuentra en él. Mientras más satisfechos vamos quedando en el Señor, más le glorificamos. Esta verdad está ampliamente diseminada en toda la Biblia. La Biblia está llena de versículos que nos muestra la dinámica de la relación que Dios quiere que tengamos con él.

En Juan 6:35 leemos "Jesús les respondió: -- Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás." Según Piper, la gloria del pan está en que satisface el hambre de la gente. La gloria de un río de agua viva está en que satisface la sed de las personas. Entonces, la mejor manera de honrar a un río es doblar las rodillas, acercarnos a él y beber abundantemente de él. Cuando exclamamos: Aaaaaaaaaahhhhhhhh es cuando lo honramos.
De la misma manera, glorificamos más a Dios cuando experimentamos esa satisfacción en él, y como resultado le servimos y obedecemos con alegría. En realidad, hay poca satisfacción en el deber. No es satisfactorio el mero cumplimiento del deber. No fuimos creados para funcionar así. Dios nos creó para deleitarnos en él y entonces servirle con gozo.
Nuestro problema es que hemos olvidado todo este universo del deleite y la satisfacción en el Señor, y nos hemos enfocado en el mero cumplimiento del deber. Esa es la enseñanza del salmo 37:4: Deléitate en el Señor.
Esta es la razón por la que el salmista pudo decir: "tu misericordia es mejor que la vida" (Salmo 63:3) Si la misericordia es mejor que la vida, entonces es mejor que todas las cosas que puedo encontrar y recibir en este mundo. Entonces, lo que satisface no son las bendiciones de Dios, sino la gloria de Dios, la gloria de su amor, de su justicia, de su bondad y de su verdad. Esta es la razón para que el salmista Asaf exclamara: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi cuerpo y mi corazón desfallecen; pero la roca de mi corazón y mi porción es Dios, para siempre."
Nada en la tierra, ninguno de los buenos dones de Dios en la creación puede satisfacer; sólo Dios, sólo su gloria tiene ese efecto de llenar nuestra vida. A eso mismo se refería David al decir: "Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti. (Salmo 16:2). Tanto Asaf y David nos enseñan que las bendiciones de la salud, la riqueza y la prosperidad no satisfacen.

Así que tenemos dos peligros por evitar en relación con las bendiciones de Dios: a) Por un lado, no reconocerle sus bendiciones es ingratitud y arrogancia; b)pero por otro, olvidarnos de él por regocijarnos en las bendiciones es idolatría. Sólo la presencia del Señor trae el verdadero gozo: "En tu presencia hay plenitud de gozo: delicias a tu diestra para siempre (Salmo 16:11)
Aprendamos a decir como David: "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. (Salmo 42) Ese es el verdadero indicador de nuestro crecimiento espiritual, cuando estamos buscándolo a Él, cuando nuestra alma va quedando más y más satisfecha en él. Cuando vamos viendo las bendiciones de esta vida como meras añadiduras de esta satisfacción, gozo y deleite que encontramos en el Señor.

Imagina que llegaras a perder todas las bendiciones que tienes por ahora: ¿qué te queda? ¿Podrías decirle a Dios que no importa si llegaras a quedarte sin una sola de sus bendiciones que hoy te rodea…
... porque lo tienes a ÉL?
...porque su gracia te basta?
...porque fuera de él nada deseas en esta tierra? (una mejor condición de vida, o una mejor salud, o una persona a tu lado que te ame y aprecie, o un futuro asegurado?

Examina cuáles son los motivos que tienes cuando te acercas a Dios, cuáles son tus intenciones. Tus intenciones revelan el tipo de relación que tienes con alguien. Dios quiere que le busquemos a él, que busquemos hacer su voluntad, que busquemos aquellas cosas que le agradan. La recompensa es clara: "Buscadme y VIVIRÉIS". Una vida plena y gozosa para compartir es lo que recibirás a cambio.

miércoles, 28 de abril de 2010

La Impuntualidad

Quiero comentar algunas ideas acerca de un asunto que hemos relegado lamentablemente a un segundo o tercer plano en nuestra vida como hijos de Dios: la impuntualidad. Debo confesar que me acerco a este tema, no como un experto que ya lo ha superado, sino todo lo contrario, como un pecador más que necesita la gracia del Señor para honrarlo en esta área importante de la vida cristiana. Es un hecho que evitamos hablar de los temas en los que nos sentimos más débiles. Reflexionemos en la impuntualidad bíblicamente injustificada.

I. La impuntualidad es un pecado de omisión
La impuntualidad no sólo es un mal hábito, o un defecto: es algo más serio. Santiago 4:17 dice que al que sabe hacer lo bueno y no lo hace le es pecado. ¿Es pecado no leer la Biblia, o no orar, o no congregarse, o no perdonar? Claro que sí, porque son mandatos del Señor. Dios nos pide orar, leer su Palabra, perdonar, etc., y al no hacerlo estamos desobedeciendo.
Entonces, si sabemos que es bueno llegar a tiempo a un compromiso, y más cuando se trata de nuestro compromiso con la iglesia del Señor y no llegamos a tiempo, fallamos y dejamos de hacer lo que es bueno.
1 Corintios 14:40 dice también que todas las cosas deben hacerse con orden. ¿Qué orden se puede ver al llegar tarde a nuestros compromisos? Quizá tratemos de excusarnos diciendo: “Si nadie o casi nadie llega temprano, ¿para qué me molesto llegando temprano?” No importa que nuestra cultura latinoamericana sea impuntual. No importa que los demás lleguen tarde; nunca es sabio –y ciertamente altamente peligroso- juzgar si algo es bueno o malo dependiendo de cuántos lo estén haciendo o dejándolo de hacer. Los creyentes nos guiamos por la Palabra de Dios, no por lo que hacen los demás. ¿Y cómo debemos tratar cada pecado, sin importar si es de comisión o de omisión? Con arrepentimiento, confesión y obediencia.

II. La impuntualidad revela falta de dominio propio.
Eclesiastés 3:1 dice que todas las cosas tienen su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. El capítulo 8:5,6 añade: El que guarda el mandamiento no experimentará mal; y el corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio. 6 Porque para todo lo que quisieres hay tiempo y juicio. Todos tenemos la misma cantidad de tiempo: 7 días a la semana, 24 horas cada día, 60 minutos cada hora y 60 segundos cada minuto. Ni uno más. Y Dios quiere que usemos cuidadosamente cada valioso segundo que él nos regala de vida en las actividades que se requisen: dormir, cocinar, comer, trabajar, y para los asuntos más particulares del reino de Dios.
Lo que revela nuestra impuntualidad es que no somos buenos mayordomos de nuestro tiempo, que somos desorganizados, que no somos sabios, no preparándonos para lo que tenemos que hacer. Ya sea que no hagamos las cosas a tiempo, las dejemos para después, o tomemos más tiempo del debido, estamos haciendo un mal uso del tiempo que Dios nos da y lo estamos gastando de manera que no glorifica a Dios.
Sucede lo mismo con la comida. Nos falta ejercer dominio propio para comer lo necesario, ni más ni menos. Unos pecamos de comer de más, otros pecan de comer de menos. En ambos casos, necesitamos la gracia del Señor para comer lo necesario. Ser puntual entonces nos ayuda a ejercer auto disciplina para cumplir cada una de nuestras responsabilidades a tiempo para llegar a tiempo a la siguiente.
El Dr. Donald Whitney dice: una vida piadosa es el resultado de una vida espiritual disciplinada; y en el centro de una vida espiritual disciplinada está la disciplina del tiempo. Jesús mismo nos da el ejemplo, pues como dice Lucas 22:14: Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Gálatas 4:4 dice que cuando se cumplió el tiempo, él vino al mundo. Su vida es un modelo de perfecto orden, armonía y disciplina.

III. La impuntualidad es una falta de amor al prójimo
La impuntualidad demuestra una falta de consideración por los demás. Llegar impuntual es como decirles a los demás: "No me importa su tiempo. Yo puedo usarlo como a mí me dé la gana. Ustedes tienen que pensar en mí." Por el contrario, al llegar puntual estamos mostrando que el tiempo de las demás personas es también importante para nosotros. Ser puntual es mostrar un interés por los demás y no sólo en el mío.
Otra forma de entender esto es pensando en que ser impuntual es una forma de robar. Sí. Al llegar tarde perjudicamos a los demás porque estamos tomando un tiempo de los demás que no nos corresponde. Los que disciplinadamente han llegado a tiempo tienen que ajustarse a nuestro tiempo, tomando más tiempo del que hayan dispuesto para otras actividades.
Filipenses 2:3 dice “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo, no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. …” Y una forma muy concreta de mostrar esta consideración es mediante la puntualidad.
Al llegar tarde a nuestros compromisos estamos fallando en el 2º mandamiento más importante: el amarnos unos a otros. Muchos no nos damos cuenta de cuánta frustración hemos causado a otros por sus atrasos y de cuánto desaliento hemos sembrado en los corazones de nuestros hermanos. Jesús nos enseñó que debemos hacer a los demás como nos gustaría que hicieren con nosotros.

IV. La impuntualidad es altamente nociva para todos
La impuntualidad es –al igual que las demás faltas- progresiva. Nada que haya sido afectado por el pecado tiende naturalmente a mejorar, sino lo contrario. Tendemos a ser impuntuales y esta tendencia se va incrementando sin que nos demos cuenta de su avance hasta que enfrentamos las consecuencias: llamadas de atención o sanciones, reclamaciones, etc.
Y de igual manera como todas las cosas malas, la impuntualidad es contagiosa. Un poco de levadura es suficiente para leudar toda la masa. En el caso de la iglesia, por lo general son los nuevos creyentes lo que tratan de llegar a tiempo; pero cuando ven que los hermanos con más tiempo en el Señor son descuidados al llegar tarde a las reuniones, ellos también siguen su mal ejemplo. Se van acostumbrando a la práctica general y es así como más se añaden a este triste y vergonzoso grupo de impuntuales.
Aunque no somos responsables del pecado de los demás, la Biblia sí es clara al exhortarnos a dos cosas muy importantes: a) no ser piedra de tropiezo para nadie, y b) ser ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, fe y pureza.
Es tiempo de ponerle un alto a esta costumbre contagiosa y degenerativa y demostrar que nuestra conducta fluye de un corazón que ha sido renovado por el Señor.

CONCLUSIÓN
Resumiendo: La impuntualidad:
  • Es un pecado de omisión
  • Expresa falta de dominio propio
  • Muestra una falta de amor al prójimo
  • Es nociva para todos

La impuntualidad es incompatible con la nueva vida cristiana. Según Efesios 2:10, hemos sido creados en Cristo para buenas obras, y la puntualidad es una virtud tan espiritual, necesaria, edificante como las demás disciplinas espirituales de la vida cristiana como leer la Biblia, congregarse, evangelizar, ofrendar, etc.
Acudamos al Señor y veamos nuestra impuntualidad como un pecado del que debamos arrepentirnos; esforcémonos por crecer en puntualidad, por amor a Dios, para la edificación de los hermanos y el buen testimonio ante el mundo.

El Evangelio para Cada Creyente

EL ABANDONO DEL EVANGELIO EN LA VIDA CRISTIANA
La mentalidad popular en la inmensa mayoría de los evangélicos de hoy es que el evangelio de Jesucristo es de carácter desechable. Por ejemplo, si preguntamos: “¿Qué es lo que el no creyente necesita para ser salvo?” La respuesta es innegable y unánime: “El Evangelio”. Y es la respuesta correcta. Sin embargo, si continuamos preguntando: “¿Qué es lo que el nuevo creyente en Cristo necesita una vez que ha creído el evangelio?”. Las respuestas serían variadas, pero podemos resumirla en una palabra: discipulado: practicar las disciplinas espirituales, santidad y servicio. Es decir, notaremos que la gente piensa que a partir de este momento, el evangelio ya no es requerido De esta manera, el evangelio se hace innecesario, pues se le considera inútil para el discipulado. Y la gente se vuelca a todo lo que el discipulado requiere, olvidándose del evangelio que un día lo salvó. Esto es fácilmente comprobable en los materiales de discipulado que se producen: ¿cuántos incluyen al evangelio para los cristianos y cómo ser cambiados por él? Me temo que ninguno.

CÓMO LOS CRISTIANOS INTENTAN CAMBIAR
Una vez que desecha el evangelio, la gente busca cambiar intentando mediante alguna de las estrategias que se encuentran en estas tres categorías:

HACIENDO: esforzándose en evitar hacer cosas malas, cumpliendo con las disciplinas espirituales: oración, devocionales, auto castigándose y auto premiándose, sirviendo activamente en la iglesia, o rodeándose de gente positiva.
CONOCIENDO: aprendiendo más de la Biblia o aplicando conceptos psicológicos que se toman prestados.
SINTIENDO: amándose a sí misma, liberándose de espíritus malos, buscando experiencias emocionantes o deshaciéndose de su pasado

LA SOLUCIÓN SIGUE SIENDO EL EVANGELIO
Es lamentable observar este abandono del evangelio, pues la Biblia se expresa del evangelio como el poder de Dios para la salvación (Rom. 1.16). La palabra salvación en la Biblia no significa únicamente el mero cambio de estar condenado a estar salvo eternamente. Nosotros hemos limitado el sentido de la palabra, pues creemos que salvación se refiere ÚNICAMENTE al paso de ser un inconverso a ser un hijo de Dios; sin embargo, la Biblia usa la palabra salvación para referirse a la obra completa de Dios en los suyos. Se refiere a todo lo que Dios hace para transformar a un pecador, condenado bajo la ira de Dios, hasta convertirlo en un hijo obediente semejante a Cristo Jesús.
Entonces, el evangelio no sirve EXCLUSIVAMENTE para la salvación inicial del
pecador, sino que es la fuente de esperanza y de poder para ser transformado en la imagen de Cristo; es decir, para la santificación.
La pregunta por considerar es: ¿De qué maneras concretas es el evangelio el poder de Dios para transformarnos? ¿Cómo puedo cambiar con el poder del evangelio con esta sencilla realidad: Cristo murió por nuestros pecados?

1. EL EVANGELIO NOS RECUERDA QUE NUESTRA IDENTIDAD ES AÚN DE PECADORES
Vayamos a uno de los textos más notables de toda la Biblia: En 1 Timoteo 1:15, Pablo dice: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Noten muy bien las palabras que reflejan el auto concepto de Pablo son cruciales. No dice: “yo fui”, como si ya no lo fuera, sino en tiempo presente “yo soy”.
Ahora, es sumamente importante resaltar cómo Pablo fue evolucionando en su auto
concepto. En 1 Cor. 15:9 “El más pequeño de los apóstoles”. En Efesios 3:8 “Menos que el más pequeño de todos los santos”. Y al final de sus días, él se denomina como “el primero (más grande) de los pecadores”.
Veamos que mientras más conocía Pablo el carácter santo de Dios, más reconocía su necesidad de Su gracia como pecador. No es que Pablo era más pecador (eso sería negar la obra de Dios en su vida), sino lo que quiere decir es que cuando el evangelio está funcionando correctamente en nuestra vida, cuando miramos el evangelio en todo su esplendor, nuestra conciencia de nuestra propia pecaminosidad va creciendo de manera consistente. Otra vez, no que nos volvemos más pecaminosos, sino que nos vamos dando cuenta que somos peor de lo que creemos ser.
Nosotros igual, necesitamos crecer en admitir nuestra profunda necesidad de Cristo. Esto es fundamental, pues con el paso del tiempo en nuestro caminar con el Señor, nuestra tendencia es olvidarnos de nuestra identidad básica como pecadores. No me mal entiendan: es obvio que hay una diferencia entre lo que éramos antes de venir a Cristo y lo que somos ahora (Si alguno está en Cristo, nueva criatura es). Antes estábamos bajo la ira de Dios y sin esperanza.
Sin embargo, también es obvio que ¡aún no hemos dejado de pecar! Todavía
seguimos luchando contra el pecado que reside en nuestras vidas. Somos como una especie de híbridos: hemos sido apartados (lo que significa santos), pero aún somos pecadores, lo cual significa que necesitamos el evangelio. Nunca debemos olvidar nuestra condición de pecadores, pues si lo hacemos, perderemos de vista nuestra necesidad de un Redentor, y en su lugar trataremos de salvarnos a nosotros mismos.

2. EL EVANGELIO HACE INÚTILES NUESTROS INTENTOS DE SOLUCIONAR EL PECADO
Una vez que somos creyentes, como ya vimos anteriormente, uno de los efectos de entender el evangelio es darnos cuenta de nuestra condición pecaminosa. Como resultado de conocer y entender la santidad de Dios y su repudio al pecado, empezamos a ver lo indignos que somos. Y es entonces cuando una vez más, hacemos lo que todo pecador hace por naturaleza: a)minimizar nuestras fallas o b)maximizar nuestros aciertos.

Por un lado, intentamos minimizar nuestras fallas, al razonar así:
• No cometo los pecados horribles como…(no soy TAN malo)
• Hago más cosas buenas que malas… (soy más bueno que malo)
• No hago lo que hace fulano… (hay peores que yo)
• Soy humano, ¿qué esperabas? (Soy pecador, así que eso excusa mi conducta)
• Me agarraron en mi peor momento (soy alguien bueno que ocasionalmente hace cosas malas)
• Fulano (o cierta circunstancia) me orilló a hacerlo (no soy responsable)

Por otro lado, intentamos maximizar nuestras buenas obras, apoyándonos en ciertas cosas buenas que hacemos. En ellas intentamos construir nuestra reputación para tener un sentido de valor y dignidad.
• Liderazgo: Puesto que hago bien las cosas como líder, soy mejor que otros líderes que no tienen éxito en sus ministerios.
• Devocional: Soy diligente leyendo mi Biblia, orando, diezmando, asistiendo a los cultos, a diferencia de los demás en la iglesia.
• Teología: Tengo una buena doctrina: Dios me prefiere a mí, y no a aquellos que tienen mala teología (como los bautistas)
• Intelecto: Soy superior a los demás por ser una persona más culta, inteligente y estudiosa que los demás.
• Puntualidad: Soy más disciplinado y estricto con el manejo de mi tiempo, lo cual me hace más maduro que los demás.
• Flexibilidad: la gente me reconoce como una persona muy accesible, a diferencia de los demás que son unos creídos. Siempre tengo tiempo para los demás. Pobres de aquellos que no lo hacen.
• Misericordia: Me importan y hago algo por las personas pobres y necesitadas como los demás deberían hacerlo.
• Legalismo: No me emborracho, no fumo, no tomo, ni tengo amistades que sí lo hacen. Es una lástima que en estos días, a muy pocos cristianos nos importa la santidad.
• Finanzas: Administro mi dinero sabiamente y me mantengo fuera de deudas. No soy como esos cristianos materialistas que no pueden controlar sus gastos.
• Tolerancia: Soy de mente abierta y benévolo con aquellos que no están de acuerdo conmigo. De hecho soy más como Jesús en ese aspecto.

Y la lista podría seguir; sólo piensa en cualquier cosa que creas que te pueda dar un sentido de ser lo “suficientemente bueno” o mejor que los demás.
Al intentar maximizar nuestras buenas obras, lo que en realidad estamos haciendo es ganarnos el favor de Dios con base en nuestros méritos, en nuestro desempeño, en nuestras buenas obras. Y es aquí donde debemos recordar la esencia del evangelio, pues nos olvidamos de lo que dice Efesios 2:9 que “por gracia… no por obras, para que nadie se gloríe”.
¿Qué nos hace pensar que nuestras buenas obras no nos ganan el favor de Dios para ser salvos, pero que una vez que somos salvos, nuestra relación con Dios está basada en nuestras obras? ¿Qué pasaje de la Biblia nos enseña esto? ¿Por qué aceptamos que Dios sea el autor de nuestra salvación, pero pensamos que somos nosotros los autores de nuestra santificación? Tenemos un solo evangelio: No podemos seguir dos evangelios diferentes: uno para la salvación y otro para la santificación; uno basado en los méritos de Cristo, y otro basado en nuestros méritos propios.

Pablo dice: Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él, Colosenses 2:6: ¡Qué tontos son ustedes, gálatas! ¿Quién los embrujó? Yo les expliqué con claridad el significado de la muerte de Jesucristo. Déjenme hacerles una pregunta: ¿recibieron al Espíritu Santo por obedecer la ley de Moisés? ¡Claro que no! Recibieron al ES porque creyeron el mensaje que escucharon acerca de Cristo ¿Cómo pueden ser entonces tan tontos? Después de haber comenzado a vivir la vida cristiana en el Espíritu, ¿por qué ahora tratan de ser perfectos mediante sus propios esfuerzos? Es por esta razón que el apóstol Pablo dijo las siguientes palabras: Gálatas 1:6-7 Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. 7 No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.

¿Notan el contraste que intenta mostrar Pablo? Es el mismo defecto de nosotros: pensamos que la salvación es por los méritos de Cristo, pero nuestra transformación está basada en nuestros esfuerzos. En las palabras de Pablo, eso consiste en un evangelio diferente, que para los que lo practican, ¡¡¡¡hay una maldición sobre ellos!!!! Si alguien os está anunciando un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema. Gálatas 1:9

3. EL EVANGELIO NOS OFRECE A UN PODEROSO REDENTOR
Que murió por nuestros pecados. Esta es una enseñanza que también se nos olvida cuando nos miramos como hijos de Dios. No necesitamos escondernos, o defendernos, negar, o minimizar nuestras faltas, o excusarnos porque hubo alguien que pagó de manera completa y definitiva cada una de nuestras faltas.
De nada sirve tratar de pagarle –o compensarle- a Dios con nuestro comportamiento, pues aparte que sería insuficiente (nadie podría pagar el precio) sería un insulto al sacrificio perfecto y santo que hizo el Señor Jesús. El profeta Isaías dice que Dios cargó en Cristo el pecado de todos nosotros. Como sabemos, Jesús llevó sobre sus hombros todos nuestros pecados; él fue castigado en nuestro lugar. Pero eso no lo es todo; el evangelio nos ofrece un salvador perfecto …
Que vivió una vida perfecta en nuestro lugar. Debemos escuchar las dos partes del
evangelio: ¡Cristo murió por cada uno de los miles de nuestros pecados! ¡Cristo vivió más de 12 mil días sin cometer UN SOLO PECADO! Piensa que cada año, cada semana, cada día, cada hora, cada segundo que pasaba… él vivía de manera perfecta, obedeció en cada una de las oportunidades que tuvo, y nunca falló, jamás pecó. Y esa vida perfecta la vivió en tu lugar; y por la fe en Cristo, esa perfección es totalmente tuya. Si Cristo sólo hubiera muerto por nuestros pecados sólo habríamos evitado el castigo eterno de nuestras almas, pero todavía no estaríamos bien en nuestra relación con Dios. Por eso la Biblia nos enseña que cuando venimos a Cristo por la fe, su justicia perfecta, es decir, su obediencia perfecta a toda la ley de Dios ES NUESTRA.
Romanos 3:21-22 dice: ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.
Filipenses 3:9 y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe…
Piensa en cualquiera de los pecados con los que más batallas: ¿Mentira? Jesús SIEMPRE habló con la verdad; ¿lujuria? Jesús siempre fue limpio de corazón; ¿amargura, odio, resentimiento? Jesús siempre trató a la gente con compasión y perdón; ¿fidelidad al Padre? Jesús SIEMPRE hizo la voluntad de Dios. Por cada pecado que hayas cometido, Jesús hizo lo correcto ante los ojos de Dios, y lo hizo en tu lugar, como si tú lo hubieras hecho. Y eso es lo que Dios ve en ti cada vez que te mira. No mira tus faltas, tus esfuerzos y méritos, sino la perfección de Cristo; mira la justicia intachable de Jesús.

4. EL EVANGELIO ES EL MOTOR PARA VIVIR EN VERDADERA OBEDIENCIA
Filipenses 1:27 que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo,
El evangelio es el único combustible que nos impulsa a vivir una vida agradable a Dios, una vida de obediencia gozosa. Cuando entendemos el evangelio:
• nos liberamos de la presión de lucir bien ante Dios, o ante las personas; porque la justicia de Cristo es la que ve Dios;
• nos liberamos de la culpa asfixiante por no alcanzar las normas de Dios; porque la muerte de Cristo ha cubierto mis faltas;
• nos liberamos de la presión de llamar la atención de los demás a nuestras cualidades y logros por temor a que a alguien se les pase;
• nos libera de la presión de estar siempre en lo correcto y seguro, de estar a la defensiva, no dispuestos a fracasar, e incapaces de recibir crítica.
• Nos liberamos de tener nuestra identidad en nuestros logros y nos miramos en lo que Dios nos ha hecho ser en Cristo.
Cuando nos deshacemos de todas estas presiones, estamos en plena libertad de obedecer gozosamente a un Rey Amoroso y Majestuoso que nos ha amado hasta entregar a su hijo por mí. Le obedecemos por el puro placer de hacerlo; por el gozo de servir a un Dios irresistible.
Una vez que entiendo que vivo por la gracia enorme que ha sido derramada en mi vida, es cuando empiezo a tratar a los demás con esa misma gracia con que yo he sido tratado. Empiezo a verme como un canal de gracia hacia los demás, sin importar cómo me traten. Entender que por su amor a mí, Cristo murió por mis pecados, me impulsa a amar a los demás de esa misma manera. 1 Juan 4:11 Amados, ya que Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
Cuando entendemos el evangelio, miramos el poder de la cruz, vemos el sacrificio de Cristo por que vivamos en santidad, cobramos el coraje suficiente para decirle NO a la tentación; recordamos que hemos sido comprados a precio de sangre, y entonces podemos vencer la tentación.
Tito 2:11-12 La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente…
2 Corintios 5:14-15 Porque el amor de Cristo nos impulsa, considerando esto: que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron. Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
Como podemos ver, el evangelio nos impulsa a vivir en obediencia: para agradarlo, y honrarlo por lo que ES, para parecernos más a Jesús y para encontrar nuestro gozo en él. Como dice el Salmo 40:8 Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío.

CONCLUSIÓN
Mírate cada día a través del espejo del evangelio. Verás lo horrible que es ser pecador, pero verás lo exquisita que es disfrutar la gracia. Deja de jugar al “Yo no fui”. Deja de ganarte el favor de Dios con tus buenas acciones. Más bien, recuerda cómo empezaste tu relación con Dios: por su gracia. Acércate al trono de la gracia. Reconoce y acepta tus faltas, pues tienes a un Gran Redentor que te perdona y te otorga una justicia completa. Obedece al Señor con sencillez de corazón, descansando en su gracia, y extendiendo esa gracia hacia lo que te rodean. Si el evangelio que tienes hoy no puede hacer todo esto, abandónalo y sigue el evangelio verdadero, que es poder de Dios para tu transformación.
No te alejes del evangelio; mantenlo siempre frente a tus ojos. Predícatelo cada día. Sólo así llegarás a ser como Jesús.

martes, 27 de abril de 2010

Orando con la ayuda del Espíritu Santo III (y última parte)

3. Aunque nuestras peticiones son deficientes, el Espíritu Santo nos enseña a orar convenientemente.

Entramos aquí en un problema típico en muchos creyentes; como dice el pasaje, “no sabemos cómo pedir”. Pero es en medio de estas debilidades que el ES viene a nuestra ayuda para orar como conviene. En mi experiencia puedo notar algunas de estas manifestaciones:

i. Nuestras oraciones son casi totalmente peticiones. A juzgar por el contenido de nuestras peticiones, me parece que muchas veces tratamos a Dios como a las máquinas tragamonedas que venden alimentos: sólo depositamos la cantidad correcta (la fe) y Dios nos debe dar lo que le pidamos. Pero orar no sólo es pedir: también orar para alabarlo por lo que Él es, para interceder por otras personas, y para confesarle nuestras faltas. En el Padrenuestro, el Señor comienza reconociendo quién es Aquel a quien nos estamos dirigiendo.

ii. Nuestras peticiones apuntan principalmente a este mundo: salud, dinero, cuidado y amor; exámenes, cierre de ventas, etc. Parece que el único mundo que existe es el que ven nuestros ojos materiales. Nos olvidamos de lo que Dios quiere hacer en nuestra vida y en el mundo entero de extender su reino. Estudia las oraciones de Pablo al principio de sus cartas; allá encontrarás otros motivos de oración. Igualmente, recordemos que de las 7 peticiones que nuestro Señor hace, sólo UNA tiene que ver con las necesidades materiales. ¿La lección? Hay mucho más que lo que está frente a nuestros ojos.

iii. Pedimos egoístamente. Santiago dice que pedimos mal, para gastar en nuestros propios deleites (Stgo. 4:3). ¿Cómo es eso? Un ejemplo. Cuando pedimos que Dios sane a alguien, a nosotros, o algún ser querido, ¿con qué propósito le pedimos a Dios que le restaure la salud? ¿Meramente para que pare de sufrir y ya? ¿Para que ya no se siga gastando dinero en medicinas y doctores? Esos son motivos egoístas. ¿Y si Dios quiere poner a esta persona en esta circunstancia precisamente para enseñarle a buscarlo más, para llevarlo a estar más cerca de él en medio de esta situación? Muchas personas han llegado a los pies del Señor en medio de gran turbulencia. ¿Por qué no pedirle a Dios con dos fines muy claros: que él se glorifique y para transformarnos en semejanza a Cristo? Antes de pedirle algo a Dios, pregúntate: ¿Qué gana Dios con esto? ¿Qué beneficio hay para la gloria del Señor? ¿Qué beneficio espiritual debo buscar en esta situación?

iv. Pedimos fuera de su voluntad. A veces le pedimos al Señor que bendiga algo que él mismo ha dicho que no debemos hacer. Por ejemplo, estás orando para que Dios bendiga tu trabajo cuando estás siendo deshonesto, o es un negocio turbio o simplemente trabajas en el Día del Señor. O quizá estás considerando una relación sentimental con alguien que el Señor ha dicho que no debes hacerlo. O le pides a Dios que te ayude a mirar bien en el examen del compañero o cuando le pides que pases un examen cuando no estudiaste. Estas oraciones en particular muestran una falta de conocimiento de la voluntad de Dios, como la encontramos en la Biblia. Quizá deberíamos orar menos si éstas son nuestras oraciones más frecuentes.

Pero, ánimo, el Espíritu nos dice que es él quien intercede por nosotros, para refinar, retocar, embellecer nuestras oraciones; y lo hace en dos maneras: a) haciéndolo él mismo-como dice el texto- y b) enseñándonos a orar correctamente mediante la enseñanza de la Palabra de Dios, que él mismo inspiró.

CONCLUSIÓN
Para pelear efectivamente contra el pecado que vive en nosotros, necesitamos orar en el poder del Espíritu. Nunca debemos pelear con nuestras propias fuerzas; siempre busquemos al Señor, y cobremos fuerza en el Espíritu Santo para poner en oración toda nuestra vida; para mantenernos fieles en la oración privada, y para aprender a orar de una forma cada vez más de acuerdo con las enseñanzas de la Palabra de Dios. Cuando oramos de esta manera, podemos descansar en la confianza de que Dios oye y contesta nuestras oraciones.

¿Cómo pondrás en práctica este mensaje?
No sólo hagas peticiones al orar; varía tus oraciones
Ora por motivos más allá de los terrenales;
Pide para que Dios se glorifique en aquello que le pides;
Ora de acuerdo con la voluntad de Dios.
Ora para que la iglesia crezca en deseo y práctica para la oración. Una iglesia que ora en el poder del ES es una iglesia fuerte, una iglesia que Dios usa para glorificarse.

Orando con la ayuda del Espíritu Santo II

2. Aunque llevamos vidas pobres de oración, el Espíritu Santo nos fortalece para ser fieles en la oración.

Ya no sé cuántas veces le he prometido al Señor que voy a orar más intensamente de manera personal. Cada vez que leo algún testimonio de algún hermano que está siendo fortalecido en su fe a través de la oración, o cuando leo algún sermón poderoso acerca de la oración, siempre termino haciendo dos cosas: reconocer mi vida débil en la oración y comprometerme a mejorar notablemente mi tiempo de oración. Les confieso que no he tenido tanto éxito. Lo único que sí incrementa es mi frustración cuando después de un tiempo, me acuerdo de mis promesas fallidas, muy parecidas a las de los candidatos en plena campaña electoral.

Sin embargo, el trabajo del Espíritu Santo es convencernos de nuestra negligencia, animarnos para retomar el rumbo y finalmente llevarnos a Dios en oración. Él quiere que no desmayemos en nuestro esfuerzo y hábito de estar en constante oración. En 1 Tesalonicenses 5:17, el Espíritu nos dice: Orad sin cesar. ¡No encuentro mejor estrategia para mantenerse fieles en la oración que orando fielmente!

A veces, fallamos en nuestra vida de oración porque simplemente no procuramos las circunstancias sabias para orar; por ejemplo, quizá debamos ser más listos para escoger el mejor momento, o el mejor lugar. En la Biblia vemos que Jesús oraba tanto en las mañanas como en las noches. Para algunos de nosotros, la mañana es el mejor momento; para otros lo será la tarde o la noche. Es difícil orar al mediodía, cuando todos han llegado a casa y hay que comer. El lugar es también importante; busquemos un lugar lo más tranquilo posible, para no distraernos; en fin, no importa lo que debamos hacer, si somos intencionales en crecer en nuestra vida de oración, confiemos en que el Espíritu del Señor nos ha de ayudar a buscar las mejores condiciones y momentos para orar.

Quizá estés pensando: “pero cómo voy a sacar tiempo para orar con tantos compromisos y responsabilidades; estoy muy ocupado”. Hermano, si estás tan ocupado como para no poder sacar tiempo para la oración, simplemente… estás demasiado ocupado; gravemente ocupado.

Orando con la ayuda del Espíritu Santo I

Estoy predicando Romanos 8 desde hace 3 meses. El domingo pasado indicaba 3 maneras en que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad (Rom. 8:26). Esta es la primera parte.

1.Aunque nuestras vidas están al margen de la oración, el Espíritu nos guía para llevarlo todo en oración.
Es una realidad que vamos por esta vida tratando de cumplir nuestros compromisos con todo el mundo: los niños, la cocina, la ropa, el trabajo, los familiares, la iglesia, etc. También es cierto que a pesar de que nos esforzamos en cumplir, siempre terminamos agobiados, cansados y listos para el siguiente día. Y así pasan todos los días, corriendo, volando… sin orar, porque no tenemos tiempo.

Vamos por la vida tomando decisiones, enfrentando retos complicados, haciendo frente a cada situación que llega a nuestra vida, favorable o desfavorable, pero nos olvidamos de ir al Señor para pedir sabiduría o fuerzas para honrarlo en lo que decidamos.

En medio de todo este tren de vida, el Espíritu nos dice en Filipenses 4:6,7:
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Vean la conexión que hay entre el afán, la ansiedad (el estrés) y la oración. En otras palabras, una vida en la que constantemente se acude al Señor en oración por cada uno de los asuntos que enfrentamos en la vida significará una vida que crece más y más en paz.

Hemos perdido nuestro tiempo sufriendo angustias y momentos de confusión innecesarios, porque el Espíritu siempre está dispuesto a darnos paz cuando acudimos al Señor para depositarle nuestras cargas.

¿Cuánto más vas a seguir viviendo fuera de este círculo de bendición y de gracia? ¿Qué situaciones estás enfrentando solo? ¿Cuáles decisiones necesitas tomar? Acércate al Señor en oración, pídele sabiduría y confía en su Palabra.

Si no sabes cómo empezar, déjame te sugiero 5 momentos clave: al despertar (encomendándote al Señor, pedirle sabiduría en el día), en cada comida y antes de dormir (para agradecerle por sus bendiciones recibidas y para confesarle algún pecado o falta cometida en el día).

Padre de la Quinceañera

Hoy me convertí en padre de una quinceañera. Recordé,en efecto, el momento cuando la tomé en mis brazos y me dije: "Cuando esta bebé cumpla 15 años, ya seré todo un viejo..."
Es obvio que estaba terriblemente equivocado!!!!
Miro hacia atrás y sólo me queda agradecerle a Dios por su gracia al permitirme iniciar a Diana Laura en sus caminos. Han sido 15 años de fallos, de errores, de omisiones, pero también de ver, como dice mi amigo Wilbur Madera, "en primera fila obrar a Dios" en la vida de mi hija.
El Señor se ha encargado de exponer todas mis faltas y mi gran necesidad de Él, de su gracia y de su sabiduría para acompañar a mi amada hijas en estos sus primeros 15 años de vida. 15 años de su fidelidad para con Gladys y conmigo. Han valido la pena.