jueves, 24 de marzo de 2011

JUNTOS POR EL EVANGELIO

Fil. 2.1-4

INTRODUCCIÓN
Como pudimos enterarnos en semanas anteriores por medio de la prensa, una de las noticia más importantes de las semanas anteriores fue sin duda la caída del presidente egipcio Osni Mubarack, después de 30 años en el poder, sobre todo, después de una ola de protestas y manifestaciones de miles y miles de egipcios que querían un cambio en el gobierno. Esta semana salió a la luz un vídeo por Youtube en el que una mujer egipcia invitaba a sus conciudadanos a salir a las calles y manifestarse en la Plaza Principal. En muchas de las imágenes que se pasaban por la televisión se podía observar a los jóvenes, principalmente con sus laptops subiendo mensajes de unión por las redes sociales. No cabe duda que la unión hace la fuerza. Que hay poder cuando la gente está unida por una causa común.
Esto lo saben muy bien los líderes populares. Saben que cuando las personas se ponen de acuerdo y se fijan una meta, un objetivo claro, y se deciden a alcanzarlo, no hay poder que los pueda derrotar. La unión hace la fuerza. Hay poder en la unión por una causa común.
Pero esta verdad también la conoce Satanás, el enemigo de nuestras almas. Y por eso, una de sus tácticas preferidas es sembrar la discordia y la desunión entre los hijos de Dios. Sabemos que detrás de cada conflicto, detrás de cada división, detrás de cada fractura en el cuerpo de Cristo, se encuentran sus mentiras y sus planes de destruir la obra de Dios. Hay poder en un grupo que está unido por una causa común; pero, igualmente, cuando no hay unidad de propósito, entonces ese poder se convierte en un peligro latente de destruir al grupo.
Tristemente, no hay lugar donde esta verdad sea más evidente que la iglesia del Señor. La historia nos enseña que cuando la iglesia se une en un mismo sentir y propósito, la obra del Señor avanza a pasos gigantescos; sin embargo, la historia también nos enseña que cuando la iglesia experimenta divisiones y pleitos, se estanca, se debilita y muchas veces llega a desintegrarse, trayendo la vergüenza y la alegría de sus enemigos.
La iglesia de Filipos –como todas las iglesias- estaba sufriendo una fuerte oposición, no sólo de fuera, sino también de adentro. Al igual que en la PIB de Corinto, había desacuerdos y rivalidades entre los hermanos. Es por eso, que el apóstol Pablo, en los primeros versículos del cap. 2 le hace una exhortación a la iglesia para que viva una vida digna del evangelio, aún a pesar de las dificultades internas. Dice el vr. 2: sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. En este pasaje podemos aprender cómo el evangelio nos capacita para vivir en unidad. Este pasaje es vital para nuestra iglesia -y cada iglesia-, que al igual que los filipenses siempre está en constante peligro de experimentar desunión. A través del evangelio, Dios nos llama a ser de un mismo sentir, a vivir unidos por una sola causa: que la gloria de Cristo sea manifiesta en nuestras vidas. Es una forma de pensar, de ver la vida. Sentir es la traducción de una palabra griega que significa mente. Así que el llamado es a armarnos de una forma de pensar que apunte a vivir en unidad.
Así que la pregunta en esta mañana es: ¿Cómo el evangelio nos permite vivir en unidad? Veamos el texto con más detenimiento para encontrar la respuesta.

1. EL EVANGELIO NOS RECUERDA QUE GOZAMOS REALIDADES ÚNICAS. (Vr. 1)
Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia…

a. A primera vista, parece como si Pablo estuviera dudando de la presencia de estas realidades, como si no existieran entre los filipenses. Como si estas cosas fueran ajenas a la vida de la iglesia. Sin embargo, Pablo pretende hacer todo lo contrario. La frase si algún (a) no indica duda, sino está dando por sentado que efectivamente, todas estas cosas son realidad: a) tenemos consuelo o ánimo en el Señor, b) tenemos comunión en el Espíritu, c) tenemos afecto y c) misericordia. Es como si dijera: hermanos, ya que Dios les ha dado todas estas bendiciones en abundancia en sus vidas, entonces vivan en unidad.

b. Entonces, primero, necesitamos entender que como su pueblo especial, Dios nos ha dado bendiciones espirituales que solamente podemos disfrutar debido a nuestra relación con él. La consolación la tenemos EN CRISTO, la comunión la tenemos DEL ESPÍRITU. Esto nos ofrece una lección muy importante: Sólo dentro de nuestra familia cristiana podemos experimentar la verdadera comunión, el verdadero consuelo, el verdadero afecto o la verdadera misericordia. La comunión que tenemos con los hermanos es una bendición única e imposible de imitar.

c. ILUSTRACIÓN. En estos días que estoy viviendo en Valladolid, he desarrollado una amistad cercana con mis compañeros del departamento de idiomas en la universidad: salimos a comer, nos ayudamos con las clases, viajamos juntos, etc. Disfruto los momentos de compañerismo que tenemos en la semana; sin embargo, muchas veces me veo en la necesidad de no reírme de sus comentarios, o de expresar mis opiniones, porque en el fondo, en los asuntos críticos de la vida, no tenemos ningún acuerdo fundamental. Ese compañerismo, ese ánimo, esas palabras de consuelo muy necesitadas durante la semana, sólo las puedo recibir de la comunión que tengo con mis hermanos y hermanas en la fe.

d. Lejos de mirar nuestras diferencias, el evangelio nos llama a mirar todas las bendiciones únicas que Dios ha derramado en nuestras vidas. Tenemos muchas más cosas en común que aquello que nos aleja por nuestras diferencias. Frente a un mundo que cada vez enfatiza la diversidad, necesitamos esforzarnos para mirar la unidad que el Espíritu Santo fomenta entre los hijos de Dios.

e. Una vez que entendemos todas las hermosas bendiciones que gozamos juntos, por estar unidos a Cristo, podemos y debemos esforzarnos a vivir en esa misma frecuencia. Por eso, también…

2. EL EVANGELIO NOS LLAMA A CONVIVIR EN HUMILDAD. (Vrs. 3,4)
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.

• Después que entendemos las bendiciones únicas por estar unidos a Cristo, ahora estamos listos para vivir como Dios espera de cada uno de nosotros: en humildad.
• La humildad es una cualidad que no tiene una buena reputación en nuestra sociedad de hoy. Ser humilde es sinónimo de debilidad. Se piensa que ser humilde es ser como un tapete que los demás pueden pisotear a su antojo, sin voluntad propia. Pero eso no tiene nada que ver con la enseñanza bíblica acerca de esta virtud poco vista en nuestras vidas. Ser humilde es, en pocas palabras, vivir como un servidor. Es acercarse a los demás con una actitud de servicio, no de ser servido.
• En los siguientes versículos, tenemos un cuadro de cómo se ve la humildad en nuestro trato con los demás. Estas actitudes fueron vistas claramente en la persona de Cristo, (pero ese será el sermón de la próxima semana).

a. Haciendo a un lado cualquier actitud de rivalidad (“contienda”)
Debemos apartarnos de una mentalidad de competición, viendo quién lo hace mejor. Las comparaciones no solo son odiosas, sino también abren fracturas en la iglesia. Quizá seas tentado a comparar el ministerio de algún hermano con el anterior. O quizá pienses que tú lo podrías hacer mejor. Ten mucho cuidado, pues estás en la misma mentalidad de un ángel llamado Luzbel que un día quiso sentarse en el trono de Dios, y que hoy se llama Satanás.

b. Haciendo a un lado cualquier actitud de lucimiento personal. (“vanagloria”)
Todos nosotros queremos nuestros 5 minutos de gloria, de fama y de lucimiento. Efectivamente, cuando hacemos las cosas para llamar la atención de los demás, muchas veces logramos la gloria, pero como dice la misma palabra es una gloria vana, hueca, vacía, que compite con la gloria que sólo Dios merece recibir.

c. Mirando a los demás con alta estima.
Esto no quiere decir que hagas a un lado tus fortalezas, sino que trates a los demás como si fueran superiores a ti. ¿Cómo tratamos a la gente que consideramos en mayor estima que nosotros mismos? Les damos un trato especial, distinguido. Pues así es como debemos abordar a nuestros hermanos, como personas con mayor estima que nosotros.

d. Buscando el interés y el bienestar de los demás.
Estamos tan enfocados en nosotros mismos que nos olvidamos de las necesidades de los demás. Debemos aprender a mirar las necesidades de los demás como si fueran también nuestras. Cada quien es responsable de sus propios problemas, pero el llamado del evangelio es a ayudar a los demás a aligerar sus cargas.

e. ¿Dónde están concentradas tus luchas? ¿A quién necesitas tratar con mayor humildad, en la iglesia, en tu casa, en tu trabajo?

CONCLUSIÓN
• Nunca estamos más fortalecidos como iglesia, que cuando nos tomamos de la mano y vamos avanzando, luchando por el mismo objetivo, que es vivir para glorificar a Dios con nuestras vidas. De la misma manera, nunca estamos más en peligro que cuando anteponemos nuestros propios intereses a los de los demás, cuando queremos competir, cuando queremos lucirnos ante los demás, cuando nos consideramos más importantes que los demás.
• Pidámosle al Señor que nos ayude a desarrollar una unidad que nos permita “sacarle brillo al evangelio”, apreciando las bendiciones especiales que tenemos como sus hijos, y esforzándonos a vivir en humildad.