viernes, 4 de junio de 2010

Pastores e Iglesias: cómo fomentar las buenas relaciones. Parte II

2. El pecado ha dañado seriamente las relaciones personales.
De las primeras lecciones que podemos aprender con claridad a partir del capítulo 3 de Génesis es una ruptura, una fractura seria en las dos relaciones fundamentales: en la relación del hombre con Dios, y -como resultado-, en la relación del hombre con su prójimo.
La ruptura de la relación con Dios se observa en el alejamiento de Adán ante la voz de Dios: Génesis 3:10 “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo…” cuando anteriormente Dios y Adán tenían una excelente relación de transparencia. Y por supuesto en el cumplimiento de las palabras que el Señor había pronunciado, cuando les advirtió a nuestros padres que el día que comieran del fruto prohibido, ese día morirían (cfr. Rom.5:12). A partir de ese día, la relación entre Dios y el hombre ha estado alejada, separada por el abismo que causa el pecado.
Asimismo, la ruptura de las relaciones con el prójimo se puede apreciar con nitidez a partir del capítulo 4, donde el malvado Caín, quizá por celos contra su hermano, se enoja contra Abel y lo asesina. Como podemos ver, el pecado vino a dañar el plan de Dios para las relaciones personales. Y esa condición pecaminosa que se ha transmitido desde Adán está presente hoy en el corazón de cada ser humano; la mentira, el homicidio, la traición, la deshonestidad, la infidelidad, la desconfianza, el enojo, la calumnia, la envidia, la codicia, y todas las demás maldades relacionales son la expresión de nuestra condición caída y que causa estragos en toda relación interpersonal. Marcos 7:21-23 dice: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
Sin embargo, existen otras formas –aparte de atacar a la gente- en que se manifiesta nuestra condición caída con respecto de nuestra relación con las personas: a) tendemos a aislarnos de la gente, por temor a que nos hagan daño; y b) tendemos a adorar a la gente, buscando su aprobación, su favor, lo cual en la Biblia se llama temor al hombre (Prov. 29:25)
El pecado es, por decir, un ladrón de relaciones; roba la paz, el gozo y la armonía que Dios diseñó que disfrutáramos para su gloria, tanto con él como entre los seres humanos. El pecado en nosotros nos vuelve egoístas, viviendo para alcanzar nuestros propósitos, viviendo para alcanzar nuestras metas, ignorando las necesidades y luchas de los demás. El pecado nos vuelve necios creyendo que los demás existen para hacer todo lo que sea necesario para lograr nuestra propia felicidad. De esta manera, el pecado tiene un efecto enajenador, nos aísla de Dios y de las personas.

IMPLICACIONES PRÁCTICAS:
  • Esperemos dificultades en nuestras relaciones interpersonales. Es muy ingenuo vivir con la meta de que la gente no nos haga daño. Tarde o temprano, en distintas intensidades, el pecado de la gente llegará a ti y no te va a gustar. Lo mejor que sabe hacer un pecador es…pecar. No olvidemos que el mismo Señor Jesús experimentó en carne propia los estragos del pecado en su trato con los suyos y nos dejó esta advertencia en Juan 15:20 “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…” Siempre es bueno, confiando en la gracia de Dios, estar listos para recibir alguna decepción de las personas a las que el Señor nos ha llamado a servir. En otras palabras, preparémonos para el pecado de los demás, en cualquiera de sus versiones: incomprensión, ingratitud, olvido, falta de reconocimiento, etc. Preparémonos a amar cada vez más a la gente aunque seamos amados menos por ella. (2 Cor. 12:15)
  • Debemos estar alerta a los impulsos de nuestro propio corazón. Santiago pregunta: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis…” Santiago 4:1-2 Estas tres palabras (codiciar, envidia, deseáis) indican la causa de todo conflicto interpersonal; nos indican que en nuestro interior hay impulsos, deseos intensos que batallan fieramente: son nuestros intereses, nuestros sueños, nuestros anhelos que están en competencia con los de las demás personas. En Mateo 7, Jesús nos recuerda que antes de mirar la paja en el ojo ajeno, debemos mirar primeramente la viga que está en el nuestro. Sólo así podremos entender mejor el pecado en la vida de los demás y mostrar más comprensión hacia aquellos que estamos pastoreando. Debemos sospechar primeramente de nuestras intenciones, de nuestros motivos. Algunos de estos son:
    * Control: “Debo tener el control de la situación”.
    * Comodidad: “No quiero sufrir de ninguna manera”.
    * Seguridad: “No dejaré que nadie se aproveche de mí”.
    * Respeto: “Si soy estricto, la gente me respetará”.
    * Aprecio: “No puedo vivir sin el favor de la gente”.
    Pidámosle a Dios que nos haga ver estos motivos, estos anhelos que compiten con nuestra lealtad a él.

3. En Cristo, Dios está restaurando las relaciones personales.
Una de las palabras clave que definen la obra de Cristo por los suyos es Reconciliación: un término totalmente relacional. Tanto en 2 Corintios 5:18-20 como en Colosenses 1:20-22 podemos ver que lo que hizo nuestro Señor Jesucristo con su muerte en la cruz del Calvario fue acercarnos a Dios por medio de su sangre. Pablo dice en Romanos 5:10 que “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…”
Es verdad que lo que Dios hace al reconciliarnos en Cristo es ponernos en una nueva relación con él. Una relación que elimina toda condenación por nuestros pecados (Rom. 8:1), nos permite vivir en paz con él (Rom. 5:1) hasta el punto de adoptarnos como hijos en su familia (Juan 1:12). La obra de Cristo nos establecer en buena relación con Dios.
Pero no lo es todo. Dios no se detiene en meramente perdonarnos y estar en paz con él. Hace mucho más. Una vez que nuestra relación con él queda restaurada, él empieza una obra de transformación en nosotros para que seamos semejantes a su Hijo Cristo (Filipenses 1:6; Romanos 8:29). En palabras técnicas, la JUSTIFICACIÓN Y LA ADOPCIÓN (palabras que describen nuestra nueva relación con él) representan la base de nuestra SANTIFICACIÓN. Nuestra nueva relación con él es el ambiente, el escenario, la atmósfera en la que Dios va desarrollando nuestra nueva vida en Cristo.
Dios espera que esta dinámica en nuestra relación con él sea la base y el modelo para restaurar también nuestras rotas y frágiles relaciones interpersonales. Solamente cuando admiramos y abrazamos el evangelio en su correcta dimensión relacional recibimos la fortaleza para cumplir el diseño original de Dios para llevarnos bien con nuestro prójimo, viviendo en relaciones cada vez más honestas y más llenas de la gracia de Dios. Colosenses 3:13 nos exhorta: “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Efesios 4:32 - 5:1 nos desafía: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. En Mateo 5:9, el Señor nos recuerda “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”

IMPLICACIONES PRÁCTICAS

  • Nuestra nueva relación con Dios es la razón y el modelo para relacionarnos con los demás. Podemos y debemos desarrollar relaciones personales siguiendo el modelo de Dios al traernos a una nueva relación con Él. Debemos acercarnos a la gente para tratarlos con la misma gracia y misericordia con la que Dios nos ha tratado en Cristo Jesús. Podemos perdonar y soportar a nuestros hermanos debido a nuestra nueva IDENTIDAD en Cristo. Colosenses 3:12 dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros.” La gracia de Dios nos capacita para reproducir el carácter de Cristo en nuestro trato con la gente a) poniendo la otra mejilla, b) caminando la otra milla, c) pasando ofensas menores, d) devolviendo bien por mal, e) volviéndonos a acercar a la gente y f) buscando la aprobación de Dios por encima de la gente.
  • Nuestras relaciones deben apuntar a los mismos propósitos redentores de Dios. El pastor John Piper dice que nuestra santificación es un proyecto que Dios realiza en comunidad. Debemos aprender a mirar nuestras relaciones personales como el ambiente en el que Dios lleva a cabo su obra de redención. Eso quiere decir que todo lo que Dios traiga a nuestras vidas (agradables o desagradables) provenientes de nuestras relaciones personales, vendrá con la intención de hacernos semejantes a Cristo y no necesariamente para nuestra comodidad. Debemos aprender a ver a Dios obrar detrás de todo lo que sucede en mi relación con mi prójimo. La prioridad en nuestro trato con los hermanos no debe ser ganárnoslos para cumplir con nuestros planes y anhelos personales, sino la formación del carácter de Cristo en sus vidas. (Gál. 4:19)

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