viernes, 4 de junio de 2010

Pastores e Iglesias: cómo fomentar las buenas relaciones. Parte III (y última)

Una vez entendido el panorama de las relaciones a la luz de estos tres grandes lentes, pasemos a considerar algunas aplicaciones prácticas para desarrollar mejores relaciones con nuestros hermanos en la fe.

II. CÓMO LLEVARSE BIEN CON LA GENTE. APLICACIONES.

Sé intencional para relacionarte. Las buenas relaciones son como las flores en el jardín: son el resultado del trabajo arduo y sostenido y no el producto de la casualidad. Proponte ser un canal de bendición y del amor de Dios hacia aquellos que han sido el objeto de la bendición y amor del Señor. Busca a la gente. Acércate a ellas.

Examina tus expectativas. Considera si lo que esperas del trabajo pastoral es realista. Muchas veces esperamos demasiado de la iglesia, y en muy poco tiempo. Recuerda que aunque YA somos nuevas criaturas, TODAVÍA no somos lo que un día seremos. Una actitud más realista es esperar poco de la gente, no dudando del poder de Dios, sino considerando la condición pecaminosa de nuestros corazones.

Esfuérzate en relacionarte con toda la congregación. (“Disfruta de la compañía de la gente común”-NTV Romanos 12:16)
Una queja muy común de la congregación es que el pastor tiene a sus favoritos: gente con mayores recursos, gente nueva, líderes clave, etc. A veces no lo hacemos voluntaria ni conscientemente, pero la gente es pronta a juzgar negativamente nuestra dosis de tiempo y afecto. A veces, tenemos otros compromisos ajenos a la iglesia que nos alejan de ella. Maximiza todos los medios que tengas a tu disposición, principalmente si el número de miembros es mucho: llamadas telefónicas, correo electrónico, cartas circulares, conversaciones breves en el templo, visitas informales, etc. Comunica el mensaje de que estás al pendiente de ellos. Apréndete los nombres del mayor número posible de hermanos. Consíguete una agenda para anotar fechas importantes de la gente. No se trata de cantidad, sino de intencionalidad.

Aprende a vivir dentro de los límites de la imperfección e inmadurez.
Estas dos limitaciones están presentes en mayor o en menor medida en todos, incluso en ti. El Señor no ha concluido su obra de transformación (Fil. 1:6), pero está trabajando en eso. Sin dejar de ser el supervisor general de la obra, no tienes que estar corrigiendo o criticando a todo mundo por cada detalle incorrecto o impreciso; deja prudentemente que la gente aprenda de sus errores en asuntos que no sean vitales, pues es parte de su difícil proceso de madurez y crecimiento.

No dejes fuera la gracia cuando confrontes. (Gál. 6:2)
No nos olvidemos de la gracia amorosa, la paciencia y la misericordia que recibimos del Señor cuando somos disciplinados por él. El ministerio de la exhortación no tiene nada que ver con regañar, enojarse ni exhibir al pecador, sino más bien mostrarle humildemente su falta de tal manera que se arrepienta y vuelva a servir en el cuerpo de Cristo.

Busca y celebra las huellas de la gracia de Dios en la gente. (1 Cor. 1:4; Heb.10:24)
Eso es mucho mejor que meramente decir cosas positivas (o afirmar) de los demás. Somos prontos a señalar errores, deficiencias y carencias en los demás; en vez de eso, somos llamados a celebrar las evidencias de la gracia de Cristo en la vida de sus hijos. De manera razonable, comparte públicamente testimonios que animan a ver lo que Dios está haciendo entre su pueblo. Evita quejarte de la iglesia y aprende más a expresarle sinceramente tu gratitud. Pecadores rebeldes son precisamente el objeto de tu llamado al ministerio; no los veas como obstáculos a tus planes de felicidad y éxito.

Comunícale a la gente que ella es más importante que las reglas.
Ojo. Aquí no estamos hablando de mandamientos claros de parte del Señor en las Escrituras, sino de lineamientos, de observaciones para la mejor convivencia. Las reglas no se hicieron para romperse, pero perdemos de vista nuestro llamado si nuestra actitud comunica el mensaje: “lo que más me importa es que se obedezca la ley”. Recordemos esta sencilla ley: Reglas sin relación provoca rebeldía; reglas más relación, anima a la obediencia. Particularmente funciona muy bien con los adolescentes.

Expresa tu vulnerabilidad. (Y estuve entre vosotros con debilidad, con temor y con mucho temblor. 1 Corintios 2:3)
Una de las ideas más peligrosas en la mente de los hermanos es que el pastor es un superhombre: que no lucha contra la tentación. La gente tiene al pastor en tan alta estima que queda demasiado lejos como para compartirle las luchas de los “simples mortales”. Con prudencia, debemos ser lo suficientemente humildes como para confesar alguna falta o pecado que hayamos cometido, con la intención de que la iglesia vea que también nosotros necesitamos de la misma Palabra que predicamos; que en la iglesia el único recto y sin mancha es el Salvador. Destruyamos esa falsa imagen de indestructibilidad que nada ayuda a identificarnos con las ovejas.

Diferencia entre agradar y temerle a la gente. (Fil. 4:5; Juan 12:43)
La Biblia nos llama a ser corteses, gentiles y amables con todos; por eso debemos practicar las reglas básicas de la cortesía como decir por favor, gracias, etc. Al mismo tiempo, nos advierte de no ser gobernados por el deseo de buscar el favor de la gente. Muchas veces, con tal de quedar bien con ciertas personas, llegamos a comprometer nuestras convicciones, principios o nuestras prioridades. Aprendamos a decir NO cuando debamos, confiando en que el Señor ha de enderezar nuestro camino.

Sé ejemplo de servicio. (Marcos 10:45)
Usa más la palabra “vayamos” en lugar de “vayan”. Las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra. Sin llegar a ser el mil usos en la iglesia, muestra una disponibilidad a servir, aún en las tareas que no son “dignas del pastor”. Mira el ejemplo de Jesús al lavar los pies de sus discípulos (Juan 13)

Cumple tus promesas
No importa si son grandes o pequeñas. El que es fiel en lo poco, lo debe ser también en lo mucho (Lucas 16:10) Cumplir una promesa inspira mayor confianza y credibilidad en las personas.

Habla la verdad siempre en amor (Efe. 4:15), sobre todo cuando se trata de enfrentar asuntos personales que tenemos guardado; cuando se esconde algún conflicto, se fermenta y se hace más grande. Somos llamados a hablar la verdad; no solamente a no decir mentiras. Busca formas sabias de decir las cosas duras.

Dale la bienvenida a la crítica (1 Corintios 4:3,4)
No temas recibir la crítica. Agradécela y aprovéchala para examinar lo que estás haciendo. No debemos temerle a la crítica, pues sólo hay dos opciones: o tendrán parte de la razón, lo que te permitirá mejorar; o no la tienen; en ese caso, recuerda que tu identidad está en Cristo, no en lo que haces. Lo mejor que te puede pasar es recibir un golpe en tu orgullo, lo cual es necesario, más que recibir halagos. Preocúpate si sólo recibes elogios y alabanzas.

Mantente humilde (Santiago 4:6)
Aprende a decir: “No lo sé… pero lo averiguaré”; “No puedo hacer esto… alguien me puede ayudar”; “Me equivoqué”… “Pequé; ¿me perdonas?”

Sé ejemplo con los de tu casa
Serás de enorme testimonio para la iglesia si vives estos principios en tu propia familia. Ver que eres la misma persona en el templo y en casa dará mayor autoridad espiritual que respaldará tu enseñanza en público. Una doble vida restará confianza en los hermanos.

Usa el humor sabiamente.
No seas tan formal o tan serio; relájate un poco. Vive la vida gozosa en Cristo (Fil. 4:4); siempre es agradable convivir con alguien que constantemente muestra un actitud alegre.

CONCLUSIÓN
En resumen: a) Somos seres relacionales; b) el pecado ha dañado nuestras habilidades para relacionarnos; c) el evangelio restaura nuestras relaciones personales.
Cumplir con estos principios de acción no es garantía de que toda la gente nos apreciará o que desaparecerán los problemas que tengamos con ellos. No obstante, sí nos permitirán honrar a Dios en nuestro trato con los hermanos, y nos permitirá crecer en el trato amoroso hacia nuestros hermanos; Dios puede usarlo para edificar y animar a su iglesia.
Es deber de cada pastor enseñar y modelar a su congregación estos principios bíblicos; en la medida que el pastor sea ejemplo de lo que enseña, en esa medida la iglesia será estimulada a honrar a Dios a través de un trato digno al pastor.

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