lunes, 28 de junio de 2010

La eliminación de México y la supremacía de Dios




Bueno; ya lo sabemos. Estamos eliminados. Cuando menos, esta vez no fue debido a los odiosos penaltis. Ni hablar. No se pudo. Se intentó. No fue suficiente. Hasta Brasil 2014, posiblemente.

Y es que todos estábamos con las ilusiones puestas en esos 11 jugadores. Playeras, comidas, posters, fotografías, etc.; Ya nos veíamos en los octavos de final en el Mundial. Estábamos por hacer historia. Los nervios estaban al borde del colapso.

Junto con todos los mexicanos en el estadio estábamos muchos millones más siguiendo la transmisión por televisión. Todos estábamos ilusionados con una victoria de nuestros tricolores, que les daría el pase a la siguiente ronda y romper con una mala racha de 4 mundiales seguidos estancados en el 4º partido. Habíamos puesto toda nuestra confianza y todas nuestras esperanzas en esos 11 jugadores. Estábamos muy confiados que así saldrían las cosas y es que teníamos todo para ganar. Todo apuntaba para que este domingo se convirtiera en el Gran Día. La ciudad y todo el país se paralizaron; los restaurantes estaban llenos de aficionados. Estábamos listos.

Pero todo fue en vano. México ha quedado eliminado. Y por dos errores. Uno de los nuestros y el otro de los árbitros. Fue claro. Todos lo vieron. Y poco a poco, toda aquella pasión se convirtió en una enorme decepción, en una dolorosa frustración; las ilusiones se evaporaron, y entonces, probamos el amargo sabor de boca. Seguramente que muchas lágrimas se habrán derramado: de tristeza, de coraje, de impotencia, de desencanto. “Lástima, ni modo, no se pudo, ya será para la próxima”… es el triste editorial que resume la historia de este domingo negro para la afición futbolera de todo nuestro país.

Pero, ánimo; fue sólo un juego. Nadie se murió. México no va a ser diferente por este suceso. No todo se ha perdido. Y es más, creo que este evento puede enseñarnos dos lecciones muy importantes sobre los verdaderos asuntos que nos deben interesar en la vida.

Veamos…

1. La decepción por la eliminación de México es un pequeño ejemplo de la decepción que experimentamos cuando depositamos nuestra esperanza en las personas y en las cosas de esta vida, y no en Dios.


Ponemos nuestra esperanza, nuestra seguridad, nuestra confianza y nuestros sueños en el aprecio de las personas, en el reconocimiento de nuestros esfuerzos, en nuestras habilidades para realizar nuestros deberes, en nuestra salud, en todo, menos en el Señor, y es entonces cuando falla algún detalle, -como fallar la falla del árbitro o la de Osorio-, que se nos viene encima la terrible losa de la decepción. Una vez más, nuestra confianza ha sido defraudada, como aquel que apuesta todo lo que queda… y lo pierde todo.

Por el contrario, vez tras vez la Palabra de Dios nos enseña que todos los que ponen su confianza en el Señor, nunca terminan decepcionados (Isa. 49:23), pues el Señor siempre trae bendición y gozo a nuestras vidas. Depositar nuestra esperanza, nuestro gozo en el Señor siempre resulta en bendición tras bendición. Las promesas de Señor siempre son fieles, seguras y son –de acuerdo con el himnólogo- el poderoso apoyo de nuestra fe. Nuestro glorioso Señor es suficiente, es nuestro todo en todo y siempre nos llenará de su presencia de modo que aunque los placeres y alegrías de este mundo no estén con nosotros podamos exclamar: “…fuera de ti, nada deseo en la tierra.” (Sal. 73:25)

2. Toda la pasión que experimentamos antes y durante el partido nos debería hacer pensar en nuestra pasión por el Señor y Su reino.

Vean todo lo que hicimos en las últimas 3 semanas:

· Apuntamos bien las fechas de los partidos
· En nuestras conversaciones hablábamos naturalmente del tema de la selección.
· Nos aprendimos los nombres de los jugadores,
· Algunos aprendieron nuevas palabras o algunas de las reglas del mundo del futbol,
· Compramos las playeras de la selección y nos las pusimos los días que jugaron;
· Gritamos fuertemente cuando cayeron los goles ante Francia,
· Nos emocionamos al oír cantar el Himno Nacional
· Nos quedamos roncos al día siguiente;
· Nos apurábamos por llegar a tiempo para ver los partidos,
· Terminamos algunos pendientes con tal de no perdernos el partido
· Nos pusimos de acuerdo con los amigos para reunirnos y ver juntos los partidos,
· Expresamos nuestra confianza y fe antes de cada partido (“Sí se puede”) O quizá les reprochábamos a aquellos incrédulos en nuestra selección.
· Y quizá lo que más me llamó la atención: se fomentó –como en ningún otro mundial de fútbol reciente que recuerde- nuestra identidad nacional. Experimentamos un sentido de unidad, de “hermandad” entre todos los mexicanos. Como decía el comercial de la conocida marca cervecera: “El futbol nos une”.

En verdad vivimos la PASIÓN por México y por el fútbol. Esta pasión no dejó a nadie fuera: antes sólo era un asunto de los adultos y jóvenes; en esta ocasión pudimos ver a los niños y ancianos ponerse la verde –o la negra- y vivir intensamente la intensidad y la emoción que producen 22 jugadores en un campo yendo tras una balón.

Me preguntaba:

· ¿Es así la forma en que buscamos el avance del Reino de Dios?
· ¿Es así la manera en que buscamos al Señor en la oración y en la lectura y meditación de su Palabra? ¿Lo hacemos con esa misma intensidad?
· ¿Esa es la forma en que hablamos naturalmente del evangelio a nuestros amigos y conocidos?
· ¿Es así como nos gozamos en la adoración al Señor? ¿Es así como disfrutamos las alabanzas que elevamos al Rey de reyes? ¿Es así como nos emocionamos al oír algún himno de alabanza al Señor?
· ¿Es así como nos apuramos para llegar a tiempo a los cultos, a la escuela dominical, a las reuniones entre semana, para no perdernos de ninguna parte?
· ¿Es así de fuerte como nos deshacemos de cualquier compromiso menos importante para estar en comunión con nuestros hermanos en la fe?
· ¿Es así como nos sentimos identificados con la comunidad de los creyentes?
· ¿Es así como no reparamos en usar nuestro dinero para diezmar, ofrendar y apoyar fielmente para las necesidades de la iglesia?
· ¿Es así como realizamos todos nuestras tareas cotidianas como cocinar, lavar, estudiar, entre semana, para que el domingo estemos dedicados por completo a los asuntos del Señor y de su iglesia?
· ¿Es así como estamos pendientes de las actividades de la iglesia del Señor?

No me mal entiendan. No tiene nada de malo emocionarse –apasionarse- por un partido de futbol. No hay nada de malo comprarse una playera de la selección, o juntarse con los amigos a verlo. Honestamente, creo que podemos disfrutar esos momentos para la gloria de Dios.
Sin embargo, estamos en problemas serios si esta pasión -que podemos ser capaces de desbordar- la ocultamos cuando se trata de algo más importante que un simple partido que solamente pasará a la historia. Estamos en peligros serios si no estamos apasionados –cuando menos- de la misma manera en aquellas cosas que van a pasar a la eternidad.

Estamos en peligros serios si no estamos creciendo en una actitud en nuestro corazón como lo dicen los siguientes salmos:
· Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti. (16:2)
· Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. (42:1)
· Tu misericordia es mejor que la vida (63:3)
· Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela (63:1)

La tristeza y la decepción de este domingo se nos irá pasando. Ya quedará en el recuerdo, sin mayores consecuencias. Pero aprendamos las lecciones:

1) Cualquier otro banco de nuestra confianza es inseguro y traidor. Nuestra fe debe estar puesta nada más que en la roca sólida que es Cristo; cualquier otro terreno es arena movediza. Poner nuestra confianza en el Señor es apostarle a lo seguro.

2) Vivamos para el Señor con gozo, con pasión, con intensidad; no con desgano, o con indiferencia. Vivamos plenamente comprometidos con aquello que enciende el corazón de Dios: el ver su gloria en cada persona; en cada área de nuestra vida.

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